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miércoles, 25 de mayo de 2022
El reencuentro
miércoles, 18 de mayo de 2022
Recordando a Pablo
jueves, 12 de mayo de 2022
Pedro el rubio
El Martes Santo por la mañana me animé y subí por mi barrio de la Magdalena, frente a una casa en ruinas, pasada la Cuesta de San Miguel, me encontré con un señor apoyado en un bastón que me llamo incluso por mi nombre.
Me sorprendí bastante porque era una especie
de apodo que me asignó un profesor que tuve para abreviar mi nombre y apellido.
El
profesor me bautizó con el apodo de Miguelato.
¡Ehhh
Miguelato!
Aquello
de Miguelato llevaba más de cincuenta años sin oírlo, incluso lo tenía casi
olvidado. La verdad que no reconocí a ese señor hasta que él me dijo quién era.
Me dijo que era Pedro y habíamos estado en el
colegio juntos hasta los doce o trece años, después sus padres se fueron a
Holanda a trabajar y él se tuvo que ir a Martos con su abuela, lo perdí de
vista hasta el otro día que lo vi muy, pero que muy mayor y deteriorado.
Me
comentó que él llevaba casi cincuenta años en Holanda y había venido solamente
dos veces a Jaén, concretamente a Martos donde aún tenía algunos primos, pero
nunca más habia vuelto a la Magdalena y ahora que estaba de nuevo por Martos se
animó a visitar el barrio, su escuela y sobre todo su casa, aquella casa donde
fue muy feliz viviendo con sus padres y hermanos.
Pedro
me contó que a los pocos meses de irse con su abuela a Martos, ella falleció y
sus padres tuvieron que llevarlos a Holanda donde rápidamente encontró un
trabajo en un invernadero y allí estuvo hasta su jubilación, también me dijo
que seguía soltero y que siempre tuvo en la cabeza un amor platónico que se
dejó en el barrio cuando se lo llevaron al pueblo.
Ahora
muchos años después, con ayuda de su bastón mira su antigua casa que duerme en
ruinas con un cartel de…. "SE VENDE"
Me
comentó que estaba muy deteriorada como él, aunque sigue en pie y levantando su
bastón me señala el balcón donde ellos tenían el comedor. Intentamos verla por
dentro pero el escombro y la maleza nos impidió abrir la puerta, después de un
buen rato de achuchones y quitar basuras conseguimos pasar.
Los
años habían hecho estragos. El silencio se apoderó del interior y, como una
sombra oscura, ocupaba rincones repletos de telarañas dejando huellas
misteriosas que dibujaban rostros del pasado en las humedades de la entrada.
Subimos
un tramo de escaleras un tanto peligroso ya que no tenía barandilla hasta
llegar a su habitación, nos arrimamos a la ventana y me dijo:
-
¿mira aún tiene la reja de hierro?
¡En
esta habitación pasamos mis hermanos y yo muchas horas y mucha hambre!
Sentado
en un cubo Pedro me pregunto por una tal María, que corriendo supe de quien me
hablaba:
-Sabes
que éramos novios en el colegio, yo le escribía cartas de amor que a cambio de
una peseta mi amigo Luis se las daba en mano, él era su vecino y muy amigo de
sus hermanos, Miguelato, ella por prudente nunca me contento, pero yo sé bien
que éramos novios porque cuando nos cruzábamos y yo la miraba ella se sonreía,
sonrojaba y agachaba la cabeza.
Yo
también fui muy tímido siempre, y jamás le dije nada a ella ¿Cuánto me gustaría
volver a verla Miguelato?
La
vieja casa conservaba como un tesoro la vida que en ella existió. El bullicio
de los vecinos, el ajetreo de los niños cuando sus escaleras subían incluso
conservaba aún la vieja alacena donde su madre guardaba los pocos enseres que
tenían a la que se aproximó, e intentó ver el interior, estaba oscuro como la
boca del lobo.
Miró
hacia abajo y se dio cuenta que, en el marco de la puerta, seguía escrito su
nombre, en pequeñito “María”. Me dijo que lo hizo con una navaja, sonrió y
acarició su nombre, como si pudiera sentir aquel momento del pasado.
Las
lágrimas empezaron a caérsele, se agarró al marco y se dio cuenta que había
algo más escrito, "Te querré siempre, aunque estemos separados".
Aquel
momento, aquella situación y aquella habitación se volvieron a rellenar con sus
vivas memorias cubiertas de un frío manto que la llenaron de silencios de
olvido y espanto.
Pedro
hizo un gesto de dolor, se quedó inmóvil, sonrió y acarició las letras, el
corazón le latía a gran velocidad, como cuando veía en la escuela a aquella
chiquilla.
Miguelato
no recordaba esto que escribí antes de irme de aquí, pero acabo de llenar mi
corazón de alegría y esperanza y ahora más que nunca me gustaría volver a verla
y decirle todo aquello que guarde tantos años en mi corazón.
Mirando
aquella declaración de amor escrita hace cincuenta y tantos años, yo callé, no
quise herir a esté pobre hombre que emocionado soñaba con algo imposible, yo
podía sentir aquel corazón palpitando, recordando a su amada
La
verdad que aun conozco a Luis y sé perfectamente que nunca le dio las cartas a
María y se que María hoy es la mujer de Luis.
Miguelato.
domingo, 9 de enero de 2022
La mona y el niño
miércoles, 17 de noviembre de 2021
El tesoro del alfarero
Dicen los vecinos más antiguos
que a ellos les contaron que en la Magdalena a espaldas del convento de Santa
Úrsula existían unas ruinas romanas con un acueducto y una vieja y lóbrega casa
donde hacía muchos años vivía una familia de alfareros bastantes humildes, en
el sótano de aquella casa existía un aljibe que lamentablemente lo poco que
quedaba desapareció a finales de los años sesenta con la construcción de la
calle Molino Condesa, que también dio al traste con la casa de los baños donde
antiguamente se reunían las mujeres para lavar, aquella casa tenía ocho o diez
pilas de lavar semejantes a las existentes en los Baños Árabes .
Aquel aljibe dejó de recoger agua
y pasó a ser un oscuro y profundo sótano, haciendo las veces de almacén de
aquel alfarero dedicado a la construcción de ánforas o cantaros para el agua.
En aquella casa a parte del matrimonio
de ancianos vivían con ellos una hija con su marido y dos nietas fruto del
matrimonio de la hija, el yerno hombre muy desconfiado y sin oficio a
regañadientes ayudaba al anciano en la alfaharería.
Aquel anciano comentaba por todo el barrio que tenía un tesoro en sus manos y que a diario comían todos en su casa de él, el yerno pensando que el anciano lo engañaba y lo hacía trabajar sin necesidad pudiendo vivir desahogadamente como marqueses y sin embargo vivían trabajando duramente todo el día, cosa que al yerno lo enfurecía cada día más.
Cegado por la avaricia que provoca el querer ser rico el yerno obligo al anciano a que le diese parte de aquella fortuna a lo que el anciano le respondía que quiso dársela muchas veces, pero él no la quiso coger por vago.
Obligando a su mujer entre los dos encadenaron a los ancianos en el sótano donde se almacenaban las tinajas y creyendo que en una de ellas se encontraba el tesoro escondido rompieron una a una todas las ánforas almacenadas en busca del supuesto tesoro y no encontrando nada decidieron dejar al matrimonio encerrados en aquel sótano para que hablasen, pero el anciano repetía y volvía a repetir que quiso darle el tesoro y no lo quiso coger, creyendo que aquello era una burla decidió prender fuego a la casa donde desgraciadamente una de las hijas quiso liberal a los abuelos falleciendo junto a ellos que estaban encadenados.
De aquella historia surgió una
leyenda.
En el solar de aquella casa y
en los terrenos colindantes donde se encontraba el acueducto, al paso de los
años se construyó un colegio, el colegio Ruiz Giménez, colegio que encierra
algunos mitos de terror. Pese a la alegría que transmiten los niños durante el
recreo, siempre hay rincones oscuros y hechos inexplicables que se repiten
periódicamente sin explicación alguna.
Haya en los años sesenta en
los pasillos se escuchaban los llantos de la desafortunada muchacha nieta del
alfarero pidiendo clemencia para sus abuelos y para ella, incluso se afirma que
la vieron pasear por el patio del colegio suplicándole al Sagrado Corazón de
Jesús que preside la azotea del, convento, tambien se comentaba que en algunas
dependencias del colegio se escuchaba el arrastre de las cadenas de los
ancianos pidiendo auxilio.
domingo, 14 de noviembre de 2021
El niño Rosendo
El niño Rosendo
lunes, 1 de noviembre de 2021
-Juan el zapatero
En unas de aquellas charlas
que mantuve con Pablo me estuvo contando que para entretener a los ancianos
había estado en la residencia unos cuenta cuentos que hicieron una pequeña obra
de teatro y Pablo aquel día estava muy contento y feliz, según él, le había
encantado la historia de “Juan el zapatero”.
Pablo cogió a mi hija de la
mano y nos dijo:
-Venid que os la voy a contar
y veréis como os vais a divertir y reír.
Pablo comenzó su relato diciendo que uno de aquellos señores se vistió de fraile, otro de zapatero remendón, y el tercero de notario y había un cuarto personaje llamado Mariano que se pasó todo el tiempo muerto en una camilla que pusieron en el escenario.
Prosiguió diciendo que
aquellos señores le dieron una pequeña charla para poder situarlos en un
pequeño pueblo de Jaén donde vivía un terrateniente muy, muy rico, el hombre
según contaban no tenía descendencia su mujer hacía años que había muerto y se
desconocía si tenía familia el caso que unos frailes de un convento muy cercano
a su casa se hicieron cargo del rico anciano.
Pablo contaba que el personaje
que hacía de fraile le venía como anillo al dedo ya que tenía un buche bien
repleto y unos carrillos que sin estos pintados relucían con un lustroso
brillo.
Con un temple espectacular
narraba aquello como si fuese algo verídico, aunque podría tener algo de
verdad. Contaba que el Fraile le insistía con muy buenas palabritas al señor
Mariano una y otra vez en que le dejara, a ellos todas sus riquezas y
propiedades, pero el señor Mariano no cedía o no se fiaba de la constante
petición de los frailes.
Muy a pesar de los frailes
aquel hombre enfermo agravo hasta el punto de que un día amaneció muerto sin
hacer testamento, y mucho peor sin dejarle nada a ellos que se sentían
ofendidos por el tiempo que estuvieron cuidándolo. entonces los frailes
empiezan a pensar y darle vueltas a la cabeza de como podían hacerse con aquel
capital tan codiciado por ellos. Muy cerca de aquel convento vivía un zapatero
llamado Juan el que tenía un parecido tremendo al señor Mariano el pobre
difunto, por lo que los frailes encontraron la solución, y fueron a hablar con
el señor Juan el zapatero y le plantearon con buenas palabritas el chantaje que
pensaban hacer y darle a él un dinerillo a cambio de hacerse pasar por un
momento por el señor Mariano, y redactar ante notario el testamento, dejando
todo a nombre de ellos.
El zapatero aceptó a la
primera y se pusieron manos a la obra. Los frailes llevaron al zapatero a la
casa del sr Mariano, lo metieron en su cama y llamaron al sr notario para hacer
el testamento. Al zapatero le insistieron que fingiéndose estar enfermo grave,
algo que el zapatero hizo a las mil maravillas delante de aquel notario que se
tragó el buen papel que hizo Juan el zapatero y empezó a interrogar: Sr
Mariano, a quien le adjudica la finca, El madroño, el enfermo responde, se la
dejo al señor Juan el zapatero porque es muy pobre, y el notario continúa, para
quien es la propiedad llamada el pino, esa también para el señor Juan,
respondió el paciente.
Pablo nos contaba que el
fraile se estaba poniendo a punto de reventar, pero había todavía una tercera
finca, se trataba de una hermosa viña de cuatro hectáreas muy productiva, y
cuando el notario preguntó el enfermo respondió que se la regalaba a los
frailes. Esto ya le calmó los nervios a los frailes, porque al fin ya contaban
con algo, pero se la regalaba con la condición que la tienen que cavar y podar
en Enero, y las uvas que dé serán para el señor Juan el zapatero, en este
momento los frailes cogieron puerta diciendo, No queremos viña ni queremos, Ná.
Siempre trabaja en su daño, el astuto engañador aun engaño hay otro engaño, y a
un pícaro otro mayor.
sábado, 30 de octubre de 2021
El olivar del miedo