Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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domingo, 14 de noviembre de 2021

El niño Rosendo

 


El niño Rosendo

Hacía tiempo que Pablo me había prometido que cuando hiciese mal tiempo bajase a por él y que nos íbamos a enterar de lo que era hacer unas buenas migas. El domingo pasado amaneció lluvioso y baje a por él, en cuanto me vio me dijo que lo esperase un momento que tenía que hacer unas cosillas.
Al cabo de un rato apareció Pablo con una bolsa repleta de rábanos argumentando que eran frescos, recién sacados de su huerta.
Una vez en la cocina de mi casa, Pablo se agarró al mango de la sartén y comenzó a remover con la rasera las migas, ya había frito el chorizo los pimientos, los ajos y torreznos.
Con un vasillo de vino en la mano Pablo se asomó a la ventana y con una exclamación dijo:
- Menudo porrazo hay desde aquí al suelo. ¿Cuántos pisos son Miguelillo?
- Contando el bajo, son siete.
- ¿Te dije que estuve un tiempo trabajando en las minas de oxido con tu padre y me pusieron de mote “Barrabás”?
Intentando sacarle algo más de conversación, o queriendo saber algo más sobre él y mi padre le volví a preguntar:
- ¿Barrabás por qué?
-Porque trabajábamos en un pozo con agua y salía de la mina pringado hasta los ojos, menudos cabrones, ponerme a mi “Barrabás”. Miguelillo aquella mina tenía la oficina en la Plaza de Las Palmeras, cerca del Banco Popular en el edificio “Campos Lucha”. Aquel día habíamos subido todos los mineros a cobrar y resulta que el ejército había puesto una mesa en la puerta del edificio para reclutar gente para la aviación, y como reclamo, un paracaidista se subió al tejado del edificio y ante la expectación y asombro de todos, el tío se tiró al vacío con su paracaídas. Que susto pasamos Miguelillo, el paracaídas no se abrió y el tío tuvo la suerte de no matarse, luego los compañeros empezaron con el cachondeo y a meterse conmigo para que me tirase yo.
-Y ¿qué pasó?
-Nada Miguelillo que no se apuntó ni dios de Jaén para los paracaidistas.
Pablo meneando las migas volvió a recordar una vez más que mi abuelo era militante del partido comunista y que su madre siendo él niño le contó que a mi abuelo lo pillaron en una revuelta y lo encerraron un par de semanas en un calabozo con tantísima gente que no tenía ni sitio para mear, y que mi abuela tuvo que ir a hablar con el señorito del cortijo para que mediase y lo sacasen de aquel infierno, ya que las gentes contaban que los iban matando por apellidos.
Pablo comenzaba a hablar y no paraba, y eso que la primera impresión que tuve de aquel día que lo conocí fue de un hombre serio y muy reservado, pero la verdad que cada día me deja más sorprendido con sus vivencias y conocimientos.
Pablo dejó el tema de mi abuelo y mientras pelábamos los rábanos, se lio a contar otra de las suya:
-Fíjate Miguelillo, mi abuela Filomena, tuvo un hijo que lo llamó Rosendo, a los pocos meses de nacer aquel niño murió, luego nació mi madre, y teniendo mi madre diez o doce años mi abuela tubo otro niño, que mi abuelo se empeñó en ponerle de nuevo Rosendo.
Al cabo de ocho o nueve años, la Guardia Civil se presentó en el cortijo preguntando por Rosendo para entregarle la notificación para irse al servicio militar, mi abuela Filomena ni corta ni perezosa invitó a la pareja de Guardias Civiles a que pasasen por las eras del cortijo y señalando a un niño de diez años les dijo:
-Ahí tienen ustedes a Rosendo.
Los Guardias Civiles se quedaron de piedra, tras explicar mi abuela con los papeles oportunos, lo que pasó con el Rosendo que ellos buscaban.
-Bueno Miguelillo yo creo que las migas ya están listas para comer.

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