Hace escasos días que fui al Centro Diagnóstico por unos resultados tras haberme hecho un TAC. Tenía cita a las doce y media de la mañana y por si acaso, a las once y media o doce menos cuarto ya estábamos allí.
Al llegar a la tercera planta me encontré con unos antiguos conocidos, una pareja de ancianos de unos ochenta y algo de años que iban acompañados de su hijo de unos sesenta años, el pobre con una deficiencia, ellos tenían cita a las once y media, y después de las presentaciones la mujer nos dijo que la cita era para su hijo que estaba fastidiado y estaban muy preocupados por su salud, ya que ellos no estaban para cuidar de él, primero por su avanzada edad y segundo por la obesidad de su hijo, yo calculo que unos ciento veinte kilos.
Ellos llevaban cuidándole y mimándole desde siempre, lo habían tenido super protegido, de niño ni siquiera lo dejaban salir solo a la calle, ellos no soportaban que a su niño lo insultaran los demás niños, ni consentían que nadie lo mirase de mala manera, lo querían tanto que eran capaces de hacer lo que fuese por él.
A Pedro y María los conocía desde siempre ya que eran amigos de mis padres, ellos eran y son unas de esas personas honradas, correctas y honestas que vivían en un viejo caserón de vecinos de la calle Positillo en el barrio de Santiago.
El protocolo para entrar a la visita del especialista exige que solamente puede pasar un acompañante y en este caso el padre entró con el hijo, cosa extraña, pero la señora María nos dijo que Pedro se enteraba mejor de lo que el médico le diría a su hijo, como ella estaba un poco sorda y con lo de no saber leer era un problema.
María hablando con mi mujer le dijo que llevaban meses de médicos y aquella mañana llevaba desde las ocho en el Centro Diagnóstico y que no tenía comida hecha para cuando llegasen, y en vista que nosotros estábamos en la misma situación, le propuse al matrimonio de comer en el Mesón Zapatero que se come muy bien de menú y que está muy cerca del Clínico.
Ya en el Mesón, el padre y el hijo entraron al servicio y María pensando de que yo al ser hijo de su amiga era sabedor de su historia y comenzó a relatarle a mi mujer que ellos de jóvenes no podían tener hijos, aunque ganas no les faltaban, María siguió diciéndole a mi mujer que ellos tenían mucha confianza con una jovencísima vecina que siendo soltera tenía un niño de pocos meses a los que ellos le cuidaban con mucho mimo y cariño cada vez que la muchacha salía a trabajar o de compras.
Aquel bebé según María lloraba sin cesar constantemente y ella en sus brazos era la única persona capaz de calmarlo. María nos contó que una noche llamaron a la puerta de su vivienda y al abrirla estaba su vecina con el moisés y el niño durmiendo. Nos contó que su vecina estaba llorando y les dijo que tenían que hacerle un gran favor. Si podíamos quedarnos aquella noche con su bebé, prometiéndole que a la mañana siguiente a primera hora pasaría a recogerlo.
María nos dijo que en aquellos años ellos eran muy jóvenes y con ganas de niños y no supimos decir que “no”. La madre de aquel niño no apareció en aquella mañana, ni en los días siguientes, ni en los siguientes meses, nos dijo que dudaron si acudir a la policía, pero hubo algo en la carita de aquel niño que les hizo desistir y mirándose a la cara no dudaron de que ese niño iba a ser el niño de que ellos tanto deseábamos tener, sin saber que aquello que vieron en aquella carita tan dulce era síndrome de Down.
Hermosa historia de amor y generosidad.Saludos
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