Esto que a continuación
cuento, no recuerdo si lo viví o lo soñé o hay una mezcla de ambas cosas.
De niño fui monaguillo, uno de
esos pillines que abría la alacena para meter el hocico en la botella del vino,
¡madre mía qué lingotazos le pegábamos a la botella! En unos de los rincones de
la parroquia, los monaguillos teníamos una caja de zapatos con una pareja de
ratones blancos, muy usual en aquellos años, una tarde al llegar nos dimos
cuenta que los ratones habían desaparecido, agujerearon la caja y
desaparecieron.
Mi Parroquia tenía un altar
con un crucificado, un nazareno y una dolorosa, también tenía un Cristo preso y
entre varios santos, una santa que le daba nombre a la Parroquia y al barrio.
En aquellos años la Parroquia
estaba algo diferente a hoy, tenía pulpito donde el cura se subía a dar las
charlas o sermones, y la sacristía en otra ubicación diferente a la de hoy en
día y todo estaba mucho más viejo a conforme está actualmente.
En cierta ocasión el cura
párroco andaba desesperado, en la Parroquia habían comenzado a deambular una
serie de incómodos ratoncillos que aparecían en cualquier sitio o lugar en los
momentos más inoportunos. El pobre no sabía qué hacer, había probado a poner
pequeñas cantidades de raticida que compró en la droguería del barrio. Pero
todos sus esfuerzos habían resultado inútiles. Los ratones surgían en cualquier
momento y a cualquier hora.
Sentado en su mesa de la
sacristía el cura se llevaba constante mente las manos a la cabeza
-No sé qué hacer, me tienen
los ratones muy cabreado.
Los fieles que acudían a la
parroquia comenzaron a sufrir tantos sobresaltos encadenados que la asistencia
descendió a niveles insospechados. Abatido y sin soluciones humanas, el cura
decidió acudir al obispo para contarle la terrible desgracia que asolaba a su
Parroquia. El obispo, con una sonrisa paternal, le sugirió que avisase al cualquier
albañil del barrio ya que era un barrio obrero y tapase los agujeros de toda la
Parroquia y sobre todo de la sacristía. Y el párroco marchó con la convicción
de haber hallado la respuesta al problema.
Pero al cabo de algunas
semanas tuvo que volver a visitar al obispo el cual le dijo que la semana que
viene pasará por la Parroquia para dar alguna solución más eficaz.
La visita del obispo no tardó
en hacerse y aquella misma tarde el cura y los tres monaguillos estuvimos
haciendo limpieza en la sacristía.
De repente el cura me llamó y
me dijo:
-Toma esta bolsa y escóndela
mientras viene el obispo y que nadie la vea>> me dio una bolsa de tela
con algo dentro yo creía que era un zapato.
Justamente por debajo de la
parroquia había una casa derrumbada por donde corría un pequeño arroyo de agua
y una cueva que daba al patio de un colegio. Allá al fondo de la cueva escondí
la bolsa de tela, y cosa de niño, primero abrí la bolsa para mirar lo que
escondía,
-Madre mía, una pistola de
verdad .
Me senté en una piedra y la
trastee durante un buen rato, le saque el cargador que por cierto estaba vacío,
y dispare todo lo que pude, no recuerdo a que disparaba pero sí que recuerdo
que decía: Muérete, muérete.
Asustado levanté algunas
piedras y escondí la bolsa debajo de ellas, después en vez de regresar a la
parroquia me fui a mi casa.
A los pocos días estando en la
escuela me llamaron a dirección y mi sorpresa fue que estaba el señor cura en
el despacho del director:
-¿Que te pasó que no volviste
a la parroquia?
-Es que me puse malo.
Era la excusa que antes se
usaba para una justificación:
-Bueno, ¿dónde está
eso?>> pregunto el cura.
-La tengo escondida en la
cueva
Se levantó de un salto y dijo:
- ¿Qué hiciste? ¿Mirar lo que
había dentro?
-Sabes que tienes un pecado
que nadie te quitará.
En aquel momento me eché a llorar y cogiéndome
de una oreja me dijo:
-Ahora mismo me vas a llevar a
esa cueva y desgraciado de ti como no esté la bolsa allí.
A la cueva se entraba por uno
de los patios del colegio, el ascenso era a través de un pequeño charco de agua
y unas matas de juncos, nos pusimos los zapatos llenos de barro y Don….se puso
los bajos de la sotana hechos una mierda, constantemente me insistía:
-Te la deberías de haber
llevado a tu casa, mira como me estoy poniendo.
La verdad que ya no me
acordaba exactamente en qué lugar de la cueva la escondí y aparte alguien había
encendido una lumbre precisamente en el lugar que yo creía haber ocultado la
bolsa, revolvimos todos y no encontremos nada, me cogió fuertemente del brazo y
me dijo
-Como no aparezca la bolsa tu
padre ira a la cárcel.
En aquel momento pegué un
estirón y salí corriendo, estuve algunos días haciendo la rabona en el colegio
y dándole de lado al cura cuando lo veía.
Poco a poco aquello se olvidó
la cueva, la derrumbaron para hacer una casa y una calle nueva, quedando una historia
oculta. Luego me enteré que esa cueva había sido un horno árabe o romano.
¡Menudo chasco te llevaste Miguel!
ResponderEliminarY el cura, no te digo ná... jajajaja
Muy buen relato.
¡Gracias por compartir!
MarinaDuende
Vaya historia tan extraña y ese cura me parece un irresponsable por mandar ocultar a un niño un arma algo que tenía que haber hecho él mismo.......y sobre los ratoncillos me parece que mucha "culpa" la tuvieron los monaguillos con esa pareja de ratones blancos que se les escaparon:-) Saludos
ResponderEliminarUn placer volver a leer tus entrañables historias, Miguel, yo también fui monaguillo y por eso este relato se he ha hecho muy familiar ya que viví historias similares.
ResponderEliminarTe deseo un buen año 2018,
Abrazos.
Many greetings from Germany!
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