Una mañana invernal de muchísimo frío, de estas mañanas que por Jaén no hay quien ande a causa del tremendo viento, que baja desde Jabalcuz, y hace remolino en la calle Campanas, donde se decía antiguamente que volaban sombreros.
Aquella mañana aproveché que estaba abierta la Catedral, para entrar y hacer unas fotos, antes de que empezara la santa misa, e inmortalizar en mi cámara las bóvedas de la joya del renacimiento español.
Entre foto y foto me encontré frente a la Capilla de la Virgen de la Correa, en ella arrodillado, meditaba y medio lloraba un señor de unos ochenta y pico de años.
Al incorporarse el señor se dio un golpe en la cabeza con la reja que cierra dicha Capilla, de inmediato le presté auxilio y le acompañé a un banco, donde los dos pasamos unos minutos en silencio, mientras se recuperaba.
El señor me dio la gracias por mi ayuda
desinteresada, y mirando fijamente a la capilla donde está la Virgen de las
Angustias me dijo sin yo preguntarle nada:
Si
tu supieras, si tu supieras…
-Mi padre me dijo algo que el suyo le había contado, siendo niño mi abuelo, sobre el año 1850, era uno de los muchos monaguillos de éste templo, precisamente, un día de lluvia y viento como hoy, él se encontraba como tantas tardes preparando las cosas de la santa misa.
Después de una pausa y sin dejar de mirar a la Virgen de las Angustias, aquel señor prosiguió contando su historia.
-Mira
joven, me dijo con voz entrecortada. Según le contó mi abuelo a mi padre,
aquella tarde de frío invierno sintieron bastante ajetreo por las dependencias
de la planta superior.
Ellos, los cuatro monaguillos, creyeron que el nuevo cura estaría trasteando los armarios para coger alguna sotana, ya que precisamente era nuevo y se estrenaba aquella tarde como cura en la Catedral.
Los monaguillos asustados, subieron a la
planta superior y miraron en el campanario, en el coro, en los arcones, y
cajones de grandes cómodas; incluso en el confesionario.
Al decir lo de los angelitos de la Virgen de la Correa, intuitivamente y no sé por qué, corregí a aquel señor, ¿serán los de la Virgen de las Angustias?
En aquel momento el señor volvió su cara y vi
un rostro diferente, muy distinto al que estaba en aquella Capilla en la que lo
recogí. Vi el rostro de un hombre joven
y barbudo, envuelto en llanto.
Y
sin darme cuenta lo volví a corregir:
¿serán esos dos Angelitos?
Bueno,
bueno, me volvió a decir, ahora serán Angelitos, pero en la época de mi abuelo
eran niños muy revoltosos, y por eso su madre llora con tantísimo desconsuelo.
No lo entiendo señor, le volví a repetir.
Mira,
hubo una época en la que esos dos niños eran felices y su madre mucho más, pero
quien más felicidad derrochaba era su padre, hasta que alguien se los robó a
aquellos padres, envolviéndolos en llanto para toda la vida.
Bueno, le dije a aquel señor, si son hijos como dice usted de la Virgen de la Correa, ¿cómo es que están en la capilla de la Virgen de las Angustias?
Pues
la verdad que es muy fácil, me comentó: el nuevo cura viendo que los
monaguillos no aparecían y los ruidos ahora los escuchaba él, subió a la planta
superior y todo cabreado, encontró a los monaguillos y los dos niños jugando
entre aquel revoltijo de enseres, carcoma, polilla y reliquias. A los
monaguillos le echó la bronca y a los niños los cogió de una oreja y al ser
nuevo en la Catedral, e ignorar a qué Capilla pertenecían, viendo abierta la
capilla de la Virgen de las Angustias, los metió dentro, y cerró con llave.
Desde entonces los niños lloran sin consuelo y su madre llora desesperadamente,
¡ay madre mía, a la pobre se los volvieron a quitar por segunda vez!
-Por
cierto, ¿Cómo se llama usted amigo? le pregunté.
-Me
llamo Ton, Antón.
Interesante historia.Saludos
ResponderEliminarMas que historia es una metáfora, un placer saludarte Charo
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