Él vivía en una habitación arrendada de la calle Alcalá
Wenceslada, yo trabajaba justamente enfrente de aquella vieja casa de vecinos
en una carpintería donde solía acudir este señor a por recortes de madera para
alimentar una pequeña chimenea que había en la cocina de aquel caserón.
Alfonso era un anciano que llegó procedente de Barcelona
sin mas pertenencias que una vieja maleta repleta de fotografías y recuerdos,
muchos recuerdos, la mayoría los traía guardados en su mente.
Cada mañana lo veía caminando despacito, muy despacito
apoyando su vida y su alma en un bastón tan viejo como él, se dirigía al poyete
del casino artesano de la calle Maestra, donde cada día quedaba con algunos
conocidos, allí se sentaba y abrigado por su vieja cazadora y los rayos del
sol, cobijándose del frío, siempre hablaban de añoranzas y hazañas y tiempos
que ya nunca volverán jamás.
Aquel día Alfonso reveló a sus compañeros de tertulia que
hubo un tiempo que la confusión y la juventud lo llevó a alistarse en el
ejército y la guerra le pilló haciendo el servicio militar en África en la
misma columna que capitaneaba el generalísimo, de quien hablaba con orgullo,
satisfacción y reconocimiento.
Contaba que el general, al verle tan poquita cosa, porque
además de joven era más bien pequeño, le tomó cariño lo recogió como a un hijo
y así empezó a llamarlo, según Alfonso cuando el generalísimo lo necesitaba le
decía:
-Hijo ven aquí.
Comentaba que a su llegada al cuartel le dieron un fusil
el clásico mosquetón “Máuser 1893” pero resultó que el fusil era más grande que
él y su manejo le era tan complejo debido a su estatura que Franco viendo que
él no podía con aquel artilugio se sacó de la cartuchera su propia pistola y le
dijo.
-Toma hijo, desde hoy tú llevaras pistola y serás el
cornetín de mis órdenes.
Alfonso también era asiduo del bar Ezequiel en la calle
Alcalá Wenceslada y cuando se tomaba cuatro chatos balbuceaba solo y hablaba
siempre con ella, la mujer con la que compartió casi toda su vida, aunque lo
dejó cuando él tomó la decisión de regresar a Jaén, nunca se lo perdonaría. no
entendía porque le dejo sabiendo todo lo que la necesitaba y las pocas veces
que se lo dijo, se arrepentía de tantas cosas. que llegó a pensar que este era
el castigo recibido por esos olvidos, el castigo de esa soledad que ahora le
acompañaba a todas partes, pero a su lado ella caminaba. dormía. vivía. Para
él, sólo era una ausencia física, su mente nunca acepto esa distancia, tenía la
certeza de que sus hijos la convencieran y pronto correría a su lado para jamás
separarse, ¡pero le asustaba ese tiempo mientras se producía el deseado
encuentro! ¡podían pasar tantas. cosas! Ya que él estaba muy mayor y delicado.
Cuando hablaba de sus hazañas se le soltaba la legua y
presumía que él fue el que llevo la orden de Franco cuando destituyo al capitán
Manuel Diaz Criado que había fusilado a un amigo del General Mola, en más de
una ocasión bromeó diciendo que el mandaba en el batallón más que Franco,
porque, hasta que él no tocaba una orden, no se ejecutaba.
Alfonso todos los sábados se acercaba al taller con un
saco de esparto para que se lo llenásemos de retales y virutas para encender la
chimenea mientras aquello sucedía el sacaba a relucir su catálogo de multitud
de recuerdos y anécdotas que se agolpaban en su memoria de aquellos años que
nos contó una y otra vez y que nosotros, bromeando, llamábamos las batallitas
del abuelo Alfonso., al que cariñosamente llamábamos “El Yayo”
Pobre hombre, mientras caminaba observaba la lentitud de
sus pasos y se daba cuenta como sus piernas a cada momento eran más incapaces
de sostenerle, sus manos temblorosas ya casi no podía controlarlas, sentía la
frustración de llegar casi siempre tarde al baño, no podía entender como había
podido llegar a ese deterioro en tan poco tiempo, y sus ojos se humedecían, y
con ese temblor que ya casi no podía controlar. sacaba un pañuelo de su
bolsillo y como podía los limpiaba torpemente.
Miguel de la Torre Padilla
Una historia muy triste que lamentablemente se repite con demasiada frecuencia....ancianos solos y sin ayuda de nadie ¡que pena!Saludos
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