Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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jueves, 9 de mayo de 2019

Guitarra

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Eres tú guitarra, el latido que aviva y engulle el fuego de la fragua, el lamento que desprende y siembra en la Magdalena entre el aroma a hierbabuena, romero y menta. Eres tu guitarra, la nota que cautiva el corazón de un barrio que levanta su voz entre la brisa y el viento, para ser relicario de dulzura que abrazado a su ternura se reíla entre las cuerdas de la templada guitarra. No hay nada más auténtico que escuchar una guitarra, mientras paseas por el patio de la Iglesia de la Magdalena, escuchando el relajado susurrar de sus aguas en el estanque. Estanque que refleja todo el esplendor que guarda su leyenda escondida entre rejas, piedras y macetas. Llanto, agua y sangre que corre por las venas de la gente nacida y criada a su alrededor, chorros testigos directos del propio devenir histórico del barrio. Guitarra que fuiste y serás, fiel acompañante y dueña de fantasías, tristezas y dolores, relicario de amor bajo la luna que te susurra. Y entre las cuerdas una tímida luz, dando realce a las bóvedas del templo del barrio, que cada noche lloran y vibran ante el Cristo de la Clemencia. Guitarra, que galantes son tus notas, esas que suenan a melancolía, canto y llanto mientras envuelves en un hilo al duende de la Magdalena, que en sus brazos te estrecha como se estrecha y acurruca un amor en primavera. Y cuando el dolor atormenta y el lamento es un quejío, la guitarra es el consuelo que se desborda y te abraza con dulzura, mientras escucha los cantares que a su par sueñan a las puertas de un suspiro. Así eres tú, guitarra, que en las manos de tu dueño, de día eres jovial y desbordante, de noche sufre el alma al oír tu canto que repleto de melancolía viaja en tu sedosa silueta que entre estrellas resuenan tus cuerdas como una campana que es el sueño de cualquier madrugada. Y es que eres hechicera y en tus hechuras de madera bien trabada los dedos sacrificados sufres los ecos y los lamentos que hablan de “Cantares” entonando y llorando fandangos. Quien pudiese abrazarte guitarra, como te abraza Sixto, en el patio de las abluciones de la Iglesia de mi barrio. Quien pudiera abrazarte guitarra. .

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