Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
Las imágenes que uso en este blog son tomadas de Google, en caso de que alguien se sienta invadido por favor hágamelo saber que serán retiradas de inmediato.




miércoles, 17 de noviembre de 2021

El tesoro del alfarero

 



Dicen los vecinos más antiguos que a ellos les contaron que en la Magdalena a espaldas del convento de Santa Úrsula existían unas ruinas romanas con un acueducto y una vieja y lóbrega casa donde hacía muchos años vivía una familia de alfareros bastantes humildes, en el sótano de aquella casa existía un aljibe que lamentablemente lo poco que quedaba desapareció a finales de los años sesenta con la construcción de la calle Molino Condesa, que también dio al traste con la casa de los baños donde antiguamente se reunían las mujeres para lavar, aquella casa tenía ocho o diez pilas de lavar semejantes a las existentes en los Baños Árabes .

Aquel aljibe dejó de recoger agua y pasó a ser un oscuro y profundo sótano, haciendo las veces de almacén de aquel alfarero dedicado a la construcción de ánforas o cantaros para el agua.

En aquella casa a parte del matrimonio de ancianos vivían con ellos una hija con su marido y dos nietas fruto del matrimonio de la hija, el yerno hombre muy desconfiado y sin oficio a regañadientes ayudaba al anciano en la alfaharería. 

Aquel anciano comentaba por todo el barrio que tenía un tesoro en sus manos y que a diario comían todos en su casa de él, el yerno pensando que el anciano lo engañaba y lo hacía trabajar sin necesidad pudiendo vivir desahogadamente como marqueses y sin embargo vivían trabajando duramente todo el día, cosa que al yerno lo enfurecía cada día más.  

Cegado por la avaricia que provoca el querer ser rico el yerno obligo al anciano a que le diese parte de aquella fortuna a lo que el anciano le respondía que quiso dársela muchas veces, pero él no la quiso coger por vago. 

Obligando a su mujer entre los dos encadenaron a los ancianos en el sótano donde se almacenaban las tinajas y creyendo que en una de ellas se encontraba el tesoro escondido rompieron una a una todas las ánforas almacenadas en busca del supuesto tesoro y no encontrando nada decidieron dejar al matrimonio encerrados en aquel sótano para que hablasen, pero el anciano repetía y volvía a repetir que quiso darle el tesoro y no lo quiso coger, creyendo que aquello era una burla decidió prender fuego a la casa donde desgraciadamente una de las hijas quiso liberal a los abuelos falleciendo junto a ellos que estaban encadenados.

De aquella historia surgió una leyenda.

En el solar de aquella casa y en los terrenos colindantes donde se encontraba el acueducto, al paso de los años se construyó un colegio, el colegio Ruiz Giménez, colegio que encierra algunos mitos de terror. Pese a la alegría que transmiten los niños durante el recreo, siempre hay rincones oscuros y hechos inexplicables que se repiten periódicamente sin explicación alguna.

Haya en los años sesenta en los pasillos se escuchaban los llantos de la desafortunada muchacha nieta del alfarero pidiendo clemencia para sus abuelos y para ella, incluso se afirma que la vieron pasear por el patio del colegio suplicándole al Sagrado Corazón de Jesús que preside la azotea del, convento, tambien se comentaba que en algunas dependencias del colegio se escuchaba el arrastre de las cadenas de los ancianos pidiendo auxilio.

domingo, 14 de noviembre de 2021

El niño Rosendo

 


El niño Rosendo

Hacía tiempo que Pablo me había prometido que cuando hiciese mal tiempo bajase a por él y que nos íbamos a enterar de lo que era hacer unas buenas migas. El domingo pasado amaneció lluvioso y baje a por él, en cuanto me vio me dijo que lo esperase un momento que tenía que hacer unas cosillas.
Al cabo de un rato apareció Pablo con una bolsa repleta de rábanos argumentando que eran frescos, recién sacados de su huerta.
Una vez en la cocina de mi casa, Pablo se agarró al mango de la sartén y comenzó a remover con la rasera las migas, ya había frito el chorizo los pimientos, los ajos y torreznos.
Con un vasillo de vino en la mano Pablo se asomó a la ventana y con una exclamación dijo:
- Menudo porrazo hay desde aquí al suelo. ¿Cuántos pisos son Miguelillo?
- Contando el bajo, son siete.
- ¿Te dije que estuve un tiempo trabajando en las minas de oxido con tu padre y me pusieron de mote “Barrabás”?
Intentando sacarle algo más de conversación, o queriendo saber algo más sobre él y mi padre le volví a preguntar:
- ¿Barrabás por qué?
-Porque trabajábamos en un pozo con agua y salía de la mina pringado hasta los ojos, menudos cabrones, ponerme a mi “Barrabás”. Miguelillo aquella mina tenía la oficina en la Plaza de Las Palmeras, cerca del Banco Popular en el edificio “Campos Lucha”. Aquel día habíamos subido todos los mineros a cobrar y resulta que el ejército había puesto una mesa en la puerta del edificio para reclutar gente para la aviación, y como reclamo, un paracaidista se subió al tejado del edificio y ante la expectación y asombro de todos, el tío se tiró al vacío con su paracaídas. Que susto pasamos Miguelillo, el paracaídas no se abrió y el tío tuvo la suerte de no matarse, luego los compañeros empezaron con el cachondeo y a meterse conmigo para que me tirase yo.
-Y ¿qué pasó?
-Nada Miguelillo que no se apuntó ni dios de Jaén para los paracaidistas.
Pablo meneando las migas volvió a recordar una vez más que mi abuelo era militante del partido comunista y que su madre siendo él niño le contó que a mi abuelo lo pillaron en una revuelta y lo encerraron un par de semanas en un calabozo con tantísima gente que no tenía ni sitio para mear, y que mi abuela tuvo que ir a hablar con el señorito del cortijo para que mediase y lo sacasen de aquel infierno, ya que las gentes contaban que los iban matando por apellidos.
Pablo comenzaba a hablar y no paraba, y eso que la primera impresión que tuve de aquel día que lo conocí fue de un hombre serio y muy reservado, pero la verdad que cada día me deja más sorprendido con sus vivencias y conocimientos.
Pablo dejó el tema de mi abuelo y mientras pelábamos los rábanos, se lio a contar otra de las suya:
-Fíjate Miguelillo, mi abuela Filomena, tuvo un hijo que lo llamó Rosendo, a los pocos meses de nacer aquel niño murió, luego nació mi madre, y teniendo mi madre diez o doce años mi abuela tubo otro niño, que mi abuelo se empeñó en ponerle de nuevo Rosendo.
Al cabo de ocho o nueve años, la Guardia Civil se presentó en el cortijo preguntando por Rosendo para entregarle la notificación para irse al servicio militar, mi abuela Filomena ni corta ni perezosa invitó a la pareja de Guardias Civiles a que pasasen por las eras del cortijo y señalando a un niño de diez años les dijo:
-Ahí tienen ustedes a Rosendo.
Los Guardias Civiles se quedaron de piedra, tras explicar mi abuela con los papeles oportunos, lo que pasó con el Rosendo que ellos buscaban.
-Bueno Miguelillo yo creo que las migas ya están listas para comer.

lunes, 1 de noviembre de 2021

-Juan el zapatero

 


 

En unas de aquellas charlas que mantuve con Pablo me estuvo contando que para entretener a los ancianos había estado en la residencia unos cuenta cuentos que hicieron una pequeña obra de teatro y Pablo aquel día estava muy contento y feliz, según él, le había encantado la historia de “Juan el zapatero”.

Pablo cogió a mi hija de la mano y nos dijo:

-Venid que os la voy a contar y veréis como os vais a divertir y reír.

Pablo comenzó su relato diciendo que uno de aquellos señores se vistió de fraile, otro de zapatero remendón, y el tercero de notario y había un cuarto personaje llamado Mariano que se pasó todo el tiempo muerto en una camilla que pusieron en el escenario.  

Prosiguió diciendo que aquellos señores le dieron una pequeña charla para poder situarlos en un pequeño pueblo de Jaén donde vivía un terrateniente muy, muy rico, el hombre según contaban no tenía descendencia su mujer hacía años que había muerto y se desconocía si tenía familia el caso que unos frailes de un convento muy cercano a su casa se hicieron cargo del rico anciano.

Pablo contaba que el personaje que hacía de fraile le venía como anillo al dedo ya que tenía un buche bien repleto y unos carrillos que sin estos pintados relucían con un lustroso brillo.

Con un temple espectacular narraba aquello como si fuese algo verídico, aunque podría tener algo de verdad. Contaba que el Fraile le insistía con muy buenas palabritas al señor Mariano una y otra vez en que le dejara, a ellos todas sus riquezas y propiedades, pero el señor Mariano no cedía o no se fiaba de la constante petición de los frailes.

Muy a pesar de los frailes aquel hombre enfermo agravo hasta el punto de que un día amaneció muerto sin hacer testamento, y mucho peor sin dejarle nada a ellos que se sentían ofendidos por el tiempo que estuvieron cuidándolo. entonces los frailes empiezan a pensar y darle vueltas a la cabeza de como podían hacerse con aquel capital tan codiciado por ellos. Muy cerca de aquel convento vivía un zapatero llamado Juan el que tenía un parecido tremendo al señor Mariano el pobre difunto, por lo que los frailes encontraron la solución, y fueron a hablar con el señor Juan el zapatero y le plantearon con buenas palabritas el chantaje que pensaban hacer y darle a él un dinerillo a cambio de hacerse pasar por un momento por el señor Mariano, y redactar ante notario el testamento, dejando todo a nombre de ellos.

El zapatero aceptó a la primera y se pusieron manos a la obra. Los frailes llevaron al zapatero a la casa del sr Mariano, lo metieron en su cama y llamaron al sr notario para hacer el testamento. Al zapatero le insistieron que fingiéndose estar enfermo grave, algo que el zapatero hizo a las mil maravillas delante de aquel notario que se tragó el buen papel que hizo Juan el zapatero y empezó a interrogar: Sr Mariano, a quien le adjudica la finca, El madroño, el enfermo responde, se la dejo al señor Juan el zapatero porque es muy pobre, y el notario continúa, para quien es la propiedad llamada el pino, esa también para el señor Juan, respondió el paciente.

 

Pablo nos contaba que el fraile se estaba poniendo a punto de reventar, pero había todavía una tercera finca, se trataba de una hermosa viña de cuatro hectáreas muy productiva, y cuando el notario preguntó el enfermo respondió que se la regalaba a los frailes. Esto ya le calmó los nervios a los frailes, porque al fin ya contaban con algo, pero se la regalaba con la condición que la tienen que cavar y podar en Enero, y las uvas que dé serán para el señor Juan el zapatero, en este momento los frailes cogieron puerta diciendo, No queremos viña ni queremos, Ná. Siempre trabaja en su daño, el astuto engañador aun engaño hay otro engaño, y a un pícaro otro mayor.



sábado, 30 de octubre de 2021

El olivar del miedo

 

Mirando algunas fotos del cementerio viejo de Jaén me recorre un extraño escalofrío por mi cuerpo, los cementerios son lugares en los que la tradición popular sitúa muchas historias y leyendas de las que hielan la sangre. Los camposantos se consideran zonas limítrofes, es decir, un punto de tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos y por esto en ellos se multiplican las historias y leyendas de aparecidos, espíritus y fantasmas.
En cierta ocasión encontrándome en la aceituna sobre el año 1975 un extraño personaje merodeaba el olivar uniéndose a nosotros sobre el medio día con la intención de darle un trago a la bota a la hora del almuerzo. Aquel olivar estaba muy cerca de Jaén, justamente a las espaldas y colindando con el cementerio viejo de San Eufrasio.
Aquel hombre era un anciano de casi noventa años y a diario nos contaba historias y chascarrillos vividos o escuchados por él, nos explicaba la mejor manera de poner los lienzos, de cómo deberíamos varear sin tirar muchas ramas y de qué manera con dos piedras se amarraban los sacos para trasportarlos. En cierta ocasión y aprovechando que estábamos lindando con las tapias del cementerio muy apegados a las tumbas de los enterrados en tierra, alguien conto una historia que le habían contado a él, una historia macabra, contó que en un entierro mientras los enterradores bajaban la caja con cuerdas la hija pequeña de aquel difunto entre lágrimas y lamentos de los asistentes la niña resbaló y calló dentro de la tumba, muriendo al instante sin que nadie se percatase del incidente.
Los enterradores bajaron al muerto dejando el cuerpo de la niña debajo del ataúd, lo cubrieron de tierra y se marcharon, al instante la madre comenzó a buscar a la niña de la que nadie se había percatado de su desaparición.
Pasados bastantes años de aquel incidente y sospechando de que la niña hacia sido robada, muy usual en aquellas fechas, la mujer del difunto y madre de la niña, falleció siendo una anciana, al llegar al cementerio y retirar los restos del marido para enterrar a su difunta esposa, vieron unos huesos infantiles bajo la caja; llegando a la conclusión de que eran los de la niña desaparecida.
Recuerdo que aquel anciano después de que se contase la historia nos dijo:
-Yo soy de un cortijo muy próximo a La “Iruela”, aunque llevo media vida en Jaén donde nos venimos después de la muerte de mi padre, mi padre era un pastor de esos que se iban a la sierra desde la primavera hasta pasado el verano, un año después de bien entrado el otoño y con las primeras nieves y no dando señales de vida, tuvieron que salir los "buscadores de muertos".
En aquel momento alguien le interrumpió y pregunto a aquel señor.
- ¿Qué es eso de buscadores de muertos?
Aquel señor poniendo en pie nos dijo:
-Los "buscadores de muertos" o "recolectores de cadáveres", como se le conocían en Cazorla y toda aquella serranía, esos hombres eran gente sencilla, respetuosa, gente fuerte, normalmente lobos solitarios y que no se amilanaban ante la superstición, ni creían en espíritus, ellos se armaban de valor y salían en busca de aquellos que no regresaban, su cometido era aparentemente fácil pero muy desagradable ya que salían con varias bestias por los parajes donde se creía podía encontrarse el difunto, localizarlo, cargarlo y transportarlo hasta el cementerio del pueblo, nunca lo llevaban a las casas porque el cadáver ya estaba casi corrompido y en el caso como en el de mi padre, nos dijeron que algunos animales salvajes le habían comido algunas partes del cuerpo.
Aquel señor continuó con su relato y dijo:
-Cuando los buscadores de cadáveres se ponían en marcha siempre lo hacían antes de la puesta de sol y a su paso por las calles del pueblo existía un tremendo silencio, roto por alguna vieja que rezaba por ellos, y por qué se encontraran al hombre vivo, pero aquel silencio era sepulcral, recorría el pueblo de punta a cabo solo roto por el pisar de los cascos de las bestias sobre las calles empedradas.
Aquel señor dejé de verlo después de acabar la recolección de la aceituna, bajé varias veces con la intención de saber si seguía bajando por aquella zona, si seguía merodeando por aquel olivar a espaldas del cementerio y solamente me encontré con los leñadores que podaban los olivos, al preguntarle por el anciano nadie había visto a aquel señor ni sabía nada de él.

sábado, 16 de octubre de 2021

La leyenda de la fuente de Torralva

Cuentan que  entrada la noche se acercaba un joven y apuesto a la fuente del Conde de Torralva donde a diario lo esperaba una bella doncella, para escuchar las dulces melodías que el le cantaba a media voz, algunos aseguraban que era el espíritu del mismísimo Conde, cautivado por aquella doncella, cual belleza resaltaba al mirarse en el raudal de agua procedente del manantial del Alamillo.

Otros contaban no muy lejos de la realidad que quien se acercaba a la fuente era un joven que vivía por los limites próximos a Jaén, y para encontrase con su amada lo hacía en aquel abrevadero muy cerca del convento de la Merced.

Cierta noche invernal el cielo se cubrió de nubes amenazantes y el lugar lo envolvía la oscuridad de una noche sin luna, una noche en el que el viento soplaba furioso como jamás soplo en Jaén, una noche fatídica donde aquella dama empujada por el viento de Jabalcuz, cayó al abrevadero con tan mala fortuna que golpeándose en la cabeza perdió la vida. El joven al llegar se encontró con el fatal desenlace y siendo acusado por varios vecinos se dio a la fuga, dando a pensar que fue él, el asesino de la joven doncella.

Aquel echo le impulsó a adentrarse en la sierra, se introdujo en el mundo de la delincuencia al unirse a un grupo de bandoleros armado con navajas, que extendían el terror por un centenar de pueblo, secuaces que entregaban sus vidas al asalto de carruajes y diligencias las que cruzaban las sierras dirección a Granada.

Pasado un tiempo el joven viendo que aquello del bandolerismo no era lo suyo, decidió abandonar y regresar a la capital para entregarse a las autoridades para que hiciesen con él lo que fuese necesario.

 Antes de entregarse decidió visitar por última vez aquel Pilar del Conde de Torralva donde su amada le había jurado amor y lealtad, él fidelidad para el resto de sus dias.

El joven al ser cristiano y encontrándose con la Iglesia de la Merced abierta decidió entrar en ella, la oscuridad envolvía el templo mientras en una de las capillas del fondo lucias docenas de velas aquello le llamo la atención y arrimándose pudo comprobar como una Imagen lo atraía hacía el, Tomas se inclinó y humillándose le pidió perdón y clemencia, perdón por las fechorías que estava haciendo, y clemencia por huir y no dar la cara cuando su amada perdió la vida.

 En aquel momento uno de los frailes se acerco para decirle que iban a cerrar la iglesia, que era el momento que ellos tenían para la oración, el joven le explicó al fraile su situación y pidió quedarse, y pedir asilo en el convento, en el que no tardaron en admitirlo, el joven al haber sido campesino se refugió en el huerto de los frailes siendo apadrinado por uno de ellos, un fraile apodado “campanal”, un hombre de buen corazón, que lo introdujo en la fe cristiana y creencias en Dios y la Virgen.

El joven a hurtadillas, noches tras noche subía al campanario para observar el abrevadero donde los dias de luna llena se reflejaba la silueta de su bella amada, mientras él lloraba desde allí la muerte de su amada dama.

Cuentan que aquel joven vivió el resto de sus días convertido en Monje. Mientras en las frías noches jaenzana se escucha el canto del joven y el galopar de un caballo, mientras en el abrevadero de la fuente se ve reflejado el rostro de una joven mujer morena vestida de blanco

martes, 5 de octubre de 2021

La leyenda del caballo de Manolito Ruiz


 Cuentan los antiguos que Manuel Ruíz fue un acaudalado personaje de nuestro Jaén de antaño: maestro; alcalde de Jaén; presidente de la Diputación Provincial; diputado a Cortes por la circunscripción de Martos por el Partido Liberal Conservador; poseedor de distinciones y reconocimientos como la Gran Cruz del Mérito Agrícola, las encomiendas de Carlos III y de Beneficencia, la Gran Cruz de Alfonso XIII, con el que cazaba en fincas propiedad de Manolito. Se le homenajeó en 1914 y se le puso nombre a una calle cerca del castillo, y dios sabe que cosa más.

Personaje que nació y vivió en la desaparecida casa de la calle Tiradores esquina con la desaparecida Plaza de las Cruces. Cuentan que por su forma de ser era capaz de relacionarse con el mismísimo Rey asi como con cualquier humilde campesino de nuestras tierras, tal era su campechanería que todo el mundo en Jaén y fuera de nuestras tierras lo conociesen por “Manolito Ruiz”

Se comentaba que su casa era impresionante, con una fachada repleta de elegantes balcones, de tres plantas y garaje, e incluso tenía cuadra en la parte trasera donde guardaba un caballo blanco que según la leyenda lo encontró hundido en barro hasta las rodillas. Se cuenta que estando en el campo un día de lluvia y viento, Manolito Ruiz vio en la agonía de la muerte a un caballo que contra más esfuerzo hacía por salir del barro más se hundía, siendo inútiles todos los esfuerzos que hacia el pobre animal, dicen que subió a su casa, cogió un coche y atando al caballo estiró hasta que pudo sacarlo. En vista que nadie lo reclamó se quedó con él, otros decían que lo había cambiado por un coche a lo que también era muy aficionado.

Rápidamente se empezó a comentar en Jaén la agilidad y rapidez de aquel caballo del que muchos presagiaron que quedaría cojo por la forma tan brusca que tubo que ser rescatado de aquel barrizal.
En Jaén se contaba de aquel hombre maravillas, decían que en el portal de su casa se hizo famosa en Jaén una canción infantil de navidad, que los chiquillos se arremolinaban en la puerta de aquella casa cantando aquello de…
De quien es esta casa tan grande,
con tantísimos balcones,
será de Manolito Ruiz,
que tiene muchos millones,
al quiri quiri,
al quiri cuando,
de aquí no nos vamos,
sin el aguinaldo.
En aquellos momentos según contaban salía Manolito Ruiz con su radiante caballo blanco, tirando al aire puñados de “perras gordas” y caramelos.

También se contaba que a diario subía al catillo desde su casa corriendo a todo galope y al regreso se paraba en la cacería de sus abuelos para tomar algo y proseguir su camino, cierto día hizo su parada en una taberna y empezaron a picarlo con su caballo, en aquella taberna era asiduo el dueño del castillo que estaba enamorado de aquel caballo envidia de todos los amantes de los animales, aquel señor le propuso cambiarle en caballo por el castillo a lo que Manolito Ruiz le respondió:
-Si desde Jaén llego a Espeluy antes que el tren me quedo con tu castillo, y si el tren llega a Espeluy antes que yo te quedas con mi caballo, aquellos dos señores chocaron las manos y quedaron para el día siguiente.
Aquel día Manolito Ruiz se presentó con su caballo en la estación del tren de Jaén, el otro señor se subió al tren para ser testigo de la derrota de Manolito Ruiz, el jefe de la estación dio la salida del tren y Manolito Ruiz y su caballo salieron corriendo campo a través, la gente esperaba expectante, la impaciencia invadía a los asistentes viendo desde lejos el humo de la locomotora que se aproximaba a toda velocidad y de Manolito Ruiz no había ni rastro. Pero poco a poco comenzó a verse el polvo que levantaba el galope de aquel caballo que se aproximaba a la estación a una velocidad de vértigo, donde era imposible distinguir las patas traseras con las delanteras.
La expectación se hizo clamor cuando momentos antes de la llegada del tren Manolito Ruiz hizo su aparición en aquella estación dando testimonio de la grandeza de su caballo, a la llegada del tren el dueño del castillo no tubo mas remedio que inclinarse ante ambos, caballo y jinete y repitiendo la escena del Emir musulmán Boabdil con un gesto de humillación le entregó las llaves del castillo, en un descuido, el caballo todo sudoroso se fue a la fuente y se hinchó de beber agua, hasta el punto de reventar y morir en el acto, cuentan que aquel caballo fue embalsamado y llevado a la casería que se encuentra a la subida del castillo por en camino de la carretera de circunvalación.
Finca que lleva el nombre de Manolito Ruiz.

martes, 21 de septiembre de 2021

El Señor de los tres huevos (Leyenda)




Se cuenta que desde tiempo inmemorial, aproximado al 1635, que en la Ciudad de Jaén en una de aquellas noches invernales de frío, lluvia y viento, un respetable fraile ya anciano andaba apoyado en su bastón pidiendo asilo casa por casa.


El pobre hombre vagaba desorientado ya que desconocía la ciudad a la que llegaba con la intención de incorporarse a uno de tantos conventos que había en la época en nuestra ciudad de Jaén.  


Aquella noche el fraile bajo la intensa lluvia se adentraba en la calle Veracruz, deteniéndose ante la tercera puerta y dando varios golpes.


-  ¿Quién va? Dijo una voz temblorosa.

- Ave María Purísima, contestó empapado el viejo fraile.

 - Soy gente de paz que pregona la palabra de Dios.


Con un candil en su mano, Gregorio de un golpe corrió el cerrojo de su puerta, y al abrirla se encontraron cara a cara dos ancianos, en aquel momento al encontrarse los dos hombres, de la nada surgió la esperanza.


+Pase buen hombre - le dijo Gregorio con su tono humilde de voz.


Voz tan humilde como aquella casa, donde una miga de pan era un manjar, el fraile apoyado en su bastón subió la escalera detrás del anciano que tembloroso soportaba el candil con su mano derecha, al llegar a la estancia y encontrarse con la anciana mujer de Gregorio el fraile descubrió su cabeza oculta por la capucha de su hábito y volvió a murmurar aquella frase del principio, Ave María Purísima, en aquel momento se hizo el silencio entre los tres, solamente se escuchaba el viento y el agua que golpeaba los cristales de aquella humilde vivienda. Fueron unos minutos y fue la eternidad.


El fraile bajo su cara humillándose y comenzó a relatar: Me llamo Francisco y vengo desde tierras lejanas, solo les pido asilo por una noche, mañana me marcharé para proseguir mi camino.


Gregorio con un gesto de humildad le ofreció un lugar junto a la chimenea, mientras su anciana esposa le calentaba un cuenco de sopa, y a pesar de las insistencias del fraile aquella anciana se empecinó en cocer los tres últimos huevos que quedaban en la despensa.


“Gracias por la cena”, mencionó el fraile, Gregorio se levantó y añadió, “ven conmigo”, y volvieron a bajar el tramo de escaleras y sobre un catre que había en una dependencia le dijo al anciano fraile, aquí podrás descansar.


 Al amanecer del día siguiente y Gregorio bajar a la dependencia donde había alojado al fraile esté como por arte de magia había desaparecido, y sobre una pequeña mesita estaban los huevos intactos y sobre la pared había un crucifijo al que Gregorio en la fachada de su casa le hizo una hornacina y exponerla para incitar permanentemente a la piedad y oración a las generaciones venideras.


Al paso de los años aquella calle de la Veracruz, paso a llamarse de las Recogidas y mucho tiempo después como queriendo olvidar aquella leyenda volvieron a cambiar el nombre a la calle, llamándola en la actualidad, García Requena. Tanto la casa como la hornacina desaparecieron por los años noventa con el ensanche de la calle.


El Cristo de los tres huevos volvió a lucirse años después en una nueva hornacina y una nueva ubicación, la trasladaron a la Plaza Purísima Concepción.


Miguel de la Torre Padilla

jueves, 2 de septiembre de 2021

Noche de estrellas y suspiros



Pablo me insistió que quería pasar, quizás, la última noche en la casilla, ya que nos habíamos enterado de que toda aquella zona la echarían abajo para la construcción de la autovía. Con la cosa de pasar una noche en el campo mis hijos decidieron acompañarnos, preparemos unos sacos de dormir, unos esterillos, unos bocadillos y algunas bebidas.
Al llegar al montículo donde estaba la casilla lo primero que hicimos fue montar una especie de campamento, buscar leña, encender una hoguera y nos instalemos alrededor de ella. Pablo fue explicarle por encima a los niños tal como estaba aquello en los años 30 y 40, cuando él y mi padre correteaban por todo aquello (haciendo una pausa y con su cigarrillo en el labio) Pablo se sentó en la piedra que había de escalón de la casa y cambiando de tono comenzó a narrarles a los niños lo que sus ojos vieron desde allí siendo niño. Les contó que el 1 de abril de 1937, en el transcurso de la Guerra Civil asomaron cinco aviones por lo alto del castillo haciendo un ruido espantoso tan espanto y terrorífico como la matanza que hicieron. Pablo agachó la cabeza y les dijo: “aquella masacre la ordenó Queipo de Llano, que no se os olvide este nombre”, y remató diciéndoles: “Dios quiera que aquello jamás vuelva a suceder”. Desde allí se apreciaba estupendamente Jaén y sobre todo el Castillo de Santa Catalina, que con sus luces embellecía la noche jaenzana y entristecían los ojos de aquel hombre que tenía la mirada ausente, como huida de un semblante frío e inexpresivo. Su figura, sus ademanes y sus movimientos que hacia escasamente unas horas impresionaban por querer inundar de entusiasmo y vitalidad al trozo de tierra dende nos encontrábamos, pero después de recordarnos aquel 1 de abril, no transmitían más que compasión, una leve pena. Me hubiese gustado saber qué es lo que pasaría por su mente en aquellos momentos, momentos que se inundaron de un tremendo silencio.
Después haber cenado y escuchado a Pablo hablar de “sus batallitas” (como decían mis hijos) decidimos acostarnos escuchando los grillos y mirar el precioso cielo estrellado de Jaén.
Sobre las dos o tres de la madrugada Pablo con varios toques en el hombro me despertó:
-“Tranquilo Miguelillo” escuché susurrar levemente a Pablo.
-¿Qué pasa te has puesto malo? Le conteste con gesto de preocupación.
Pablo con un gesto me indico que lo siguiese y bajando a lo más bajo del carril me dijo:
_Aquí fue la última vez que vi a mi hermanilla y a Luis el “Duende”, aquel día había venido a cobrarle al señorito un trabajillo que le había hecho algunas noches antes, Pablo me dio en que pensar y con una sonrisilla me dijo:
_ No es lo que tú te piensa bribón. Pablo se sentó en un madero que había cortado el paso hacia la casilla y me dijo:
_Siéntate aquí que te cuente: toda la familia del señorito era de Izquierdas y ricos y habían llegado huyendo Dios sabe de dónde y se escondieron en el cortijo, con ello trajeron varios mulos y un carro con todas sus pertenencias, bueno casi todas, se traerían lo principal y las alhajas, ropajes, cuberterías de plata, documentos de sus tierras y enseres de muchísimo valor. El señorito sabedor de la historia de él y de donde se escondía el “duende”, con picardía le dijo a mi madre que si el “Duende” le hiciese un favor muy grande ellos les facilitaban la salida de España llevándolo a Portugal y pagándole el pasaje a América.
Pablo me dijo que todo aquello se lo había dicho Luis el “Duende” de su propia voz, me dijo que le dieron un saco bastante pesado que cargo en la borriquilla que tenían ellos, le dieron la descripción de un nicho del cementerio de Jaén, y que ya habían allí preparado, un saco de yeso en una esquina y una cántara con agua, el solo tendría que ir por la noche, quitar la lápida esconder el saco dentro del nicho y volver a dejar todo como estaba.
Al otro día del bombardeo mi madre decidió subir a Jaén, a casa de la tía Eufrasia, por si les habían pasado algo a ellos y por una de aquellas calles se encontró con un desalojo salvaje que al grito de Viva España arrastraban del pelo a una familia, ya ves Miguelillo, como si España fuese de ellos, mi madre decía que los tiraron al suelo y los patearon como si fuesen perros, menudos salvadores tuvo España.
Aquella noche, apenas dormimos Pablo no paraba de hablar y hablar, y para no despertar a los demás, decidimos dar un paseo por aquel oscuro camino hasta llegar a la carretera, ya a las afueras del cortijo.
A pesar de ser agosto aquella noche se empezó a cerrar y sólo se escuchaba el sonido del viento entre las ramas de los árboles, apenas habíamos dado cuatro pasos unas luces aparecieron vibrando a lo lejos, aunque cada vez más cerca hasta que llego a nuestra altura y bajando el cristal asomo la cabeza por la ventanilla y pegando un silbido murmuro: - ¿Qué pollas haceisssss?.
Pablo a continuación me dijo:
- Mira Miguelillo el del descapotable y se pensará que somos mariquitas, jijijiji

miércoles, 21 de julio de 2021

El hombre del saco



De mi infancia guardo bastantes recuerdos, recuerdos de un panorama en descrito en blanco y negro, algunos son reales y otros no tanto pero cuando cuento mis vivencias las cuento desde los ojos de un niño que tenía mucha imaginación.

Una de las mañanas que íbamos al colegio, mis hermanos y yo, nos encontremos con un grupo de gitanos Zíngaros que se dirigían rumbo a unas cuevas existentes entonces en un descampado donde había ratas tan grandes como conejos y basura esparcida por todo el terraplén que hacía las veces de vertedero. Aquello estaba por debajo del colegio Ruiz Giménez del barrio de la Magdalena. Aquella gente viajaba a lomos de burros, a pie y algunos en carromatos, con niños mal nutridos, mal vestidos y la mayoría descalzos. 

Aquellas personas montaban su pequeño poblado donde las mujeres se dedicaban a la construcción de canastos y cestas de mimbre, y los hombres se dedicaban a vender cántaras lecheras, jarrillos y enseres de hojalata por las calles del barrio. 

Aquella mañana mis hermanos y yo observemos que unos metros por detrás de la caravana de gitanos caminaba un extraño hombre, alto, cojo, y jorobado con un saco cargado a las espaldas acompañado de un perro tan peludo y pulgoso como él. 

Aquel hombre no se instaló en el campamento de los Zíngaros, buscó refugio en las cuevas del cerro de Santa Catalina y en diferentes horas del día, aparecía con su caminar cansino refugiado en sus misteriosos pensamientos y tosiendo con una violenta saña, arrancando y escupiendo espeluznantes gargajos que declaraban por donde había pasado aquel individuo que iba pidiendo puerta por puerta un mendrugo de pan.

Recuerdo que los niños al verlo pasar con su desdentada sonrisa le cantábamos una canción de la que solo recuerdo unas estrofas.

Al pobre peregrino

que va de puerta en puerta,

que va de puerta en puerta,

pidiendo caridad.

Por caridad señores,

el peregrino pide, y nadie le da.

Las habladurías, mezcladas con la rumorología popular, exageradas por todos y cada uno de nosotros, corrió como la pólvora por toda la chiquillería y rápidamente los niños lo denominemos como el “sacamantecas”, ya que le veíamos venir y regresar desde su cueva en la falda del castillo. 

Aquel hombre de edad madura con mirada perdida. Sus pómulos rojizos y su aspecto de vagabundo motivaron que poco a poco todo el mundo lo conociese por el sobrenombre de el “hombre del saco”, ya que sus ropas andrajosas le caracterizaban: portaba una clásica boina negra, una vieja chaqueta de pana, pantalones arremangados a la usanza de los campesinos y sus pies protegidos por unas albarcas. Generalmente siempre llevaba consigo su saco harinero ya desteñido por el uso. 

Entre los niños de aquellos años corría el rumor de que, en la cueva, realizaba actos de brujería, y que se alimentaba de la sangre de los niños que robaba al anochecer, era un hombre de contextura muy frágil, solitario, delgado e indefenso, y supongo que, sin ningún oficio, tampoco hablaba con nadie, lo cierto es que su recorrido por las calles de la Magdalena, tenía como único objetivo conseguir algo de comida de los vecinos.

Del mismo modo como un día apareció este hombre junto a los Zíngaros, durante los años sesenta desapareció misteriosamente y nadie más supo de él, los niños subíamos a escarbar y

registrar la cueva donde estuvo viviendo el misterioso “tío del saco” intentando encontrar los huesos de los niños que se había comido aquel individuo harapiento que vivía con su perro melenudo y pulgoso.

Nuestros padres aprovecharon la estancia de aquel hombre por el barrio para persuadirnos hacia la obediencia. ¿Cómo olvidar la más recurrida? La del terrible Hombre del Saco.

viernes, 16 de julio de 2021

La visita al médico



Hace escasos días que fui al Centro Diagnóstico por unos resultados tras haberme hecho un TAC. Tenía cita a las doce y media de la mañana y por si acaso, a las once y media o doce menos cuarto ya estábamos allí.
Al llegar a la tercera planta me encontré con unos antiguos conocidos, una pareja de ancianos de unos ochenta y algo de años que iban acompañados de su hijo de unos sesenta años, el pobre con una deficiencia, ellos tenían cita a las once y media, y después de las presentaciones la mujer nos dijo que la cita era para su hijo que estaba fastidiado y estaban muy preocupados por su salud, ya que ellos no estaban para cuidar de él, primero por su avanzada edad y segundo por la obesidad de su hijo, yo calculo que unos ciento veinte kilos.
Ellos llevaban cuidándole y mimándole desde siempre, lo habían tenido super protegido, de niño ni siquiera lo dejaban salir solo a la calle, ellos no soportaban que a su niño lo insultaran los demás niños, ni consentían que nadie lo mirase de mala manera, lo querían tanto que eran capaces de hacer lo que fuese por él.

A Pedro y María los conocía desde siempre ya que eran amigos de mis padres, ellos eran y son unas de esas personas honradas, correctas y honestas que vivían en un viejo caserón de vecinos de la calle Positillo en el barrio de Santiago.
El protocolo para entrar a la visita del especialista exige que solamente puede pasar un acompañante y en este caso el padre entró con el hijo, cosa extraña, pero la señora María nos dijo que Pedro se enteraba mejor de lo que el médico le diría a su hijo, como ella estaba un poco sorda y con lo de no saber leer era un problema.
María hablando con mi mujer le dijo que llevaban meses de médicos y aquella mañana llevaba desde las ocho en el Centro Diagnóstico y que no tenía comida hecha para cuando llegasen, y en vista que nosotros estábamos en la misma situación, le propuse al matrimonio de comer en el Mesón Zapatero que se come muy bien de menú y que está muy cerca del Clínico.
Ya en el Mesón, el padre y el hijo entraron al servicio y María pensando de que yo al ser hijo de su amiga era sabedor de su historia y comenzó a relatarle a mi mujer que ellos de jóvenes no podían tener hijos, aunque ganas no les faltaban, María siguió diciéndole a mi mujer que ellos tenían mucha confianza con una jovencísima vecina que siendo soltera tenía un niño de pocos meses a los que ellos le cuidaban con mucho mimo y cariño cada vez que la muchacha salía a trabajar o de compras.
Aquel bebé según María lloraba sin cesar constantemente y ella en sus brazos era la única persona capaz de calmarlo. María nos contó que una noche llamaron a la puerta de su vivienda y al abrirla estaba su vecina con el moisés y el niño durmiendo. Nos contó que su vecina estaba llorando y les dijo que tenían que hacerle un gran favor. Si podíamos quedarnos aquella noche con su bebé, prometiéndole que a la mañana siguiente a primera hora pasaría a recogerlo.
María nos dijo que en aquellos años ellos eran muy jóvenes y con ganas de niños y no supimos decir que “no”. La madre de aquel niño no apareció en aquella mañana, ni en los días siguientes, ni en los siguientes meses, nos dijo que dudaron si acudir a la policía, pero hubo algo en la carita de aquel niño que les hizo desistir y mirándose a la cara no dudaron de que ese niño iba a ser el niño de que ellos tanto deseábamos tener, sin saber que aquello que vieron en aquella carita tan dulce era síndrome de Down.

jueves, 8 de julio de 2021

La niña de la comba.



Según decía la gente en la calle Alguacil de Jaén, existía antiguamente una casa que estaba encantada.
Cuando yo la conocí, estaba casi en ruinas y en ella vivía una de las primas de mi abuela Dolores, aquella vivienda la recuerdo perfectamente, un gran portón siempre abierto a propios y extraños, a la derecha unas oscuras escaleras conducían a una bodega abovedada habitada por una gran familia y amigos de mis padres.
Había unos retretes que eran tres agujeros en el suelo, aquello olía a humedad y daba pánico entrar. A continuación, había un gran patio con balconadas de madera pintada en morado y en el centro un pozo, tenía una amplia escalera para subir a las plantas superiores, tres que yo recuerde.
La parienta de mi abuela vivía en la tercera planta que era el terrado del edificio, aquella señora era viuda de guerra con nueve hijos que tenía desparramados por la geografía española, ya no sabía si su Josefina estaba en Barcelona o si su Eufrasia estaba en Bilbao, el caso es que estaba sola y enferma, mi abuela viuda y sola también, alguna que otra tarde se iba a hacerle compañía.
Una de aquellas tardes primaverales mi madre decidió acompañar a mi abuela y después de salir del colegio pusimos rumbo hacia la calle San Andrés que es donde desemboca la calle Alguacil; después de un buen rato en aquella habitación con suelo de yeso y techo de cañas, mis hermanos y yo pedimos permiso para bajarnos a jugar al patio, ya que desde la baranda del pasillo habíamos visto a una niña jugando sola con su saltador que incesantemente nos repetía: venir a jugar conmigo, venís a jugar conmigo, mientras cantaba aquella canción de una, dos y tres…..
Mi madre accedió a que bajásemos al patio, y aquella señora fue prudente diciéndonos que tuviésemos cuidado con la escalera, la verdad es que la distancia entre peldaños era de una altura considerable, al llegar al patio la niña ya no estaba, pensamos que se había marchado a su casa, de pronto escuchamos a la niña cantar la canción desde aquellos oscuros retretes.
Mis hermanos y yo entramos y de repente todo quedó en silencio, el cual se interrumpió con un portazo que dejó la zona más oscura, como una flecha y envueltos en pánico salimos de aquel infierno y subimos las escaleras de dos en dos.
Al llegar arriba y mirar al patio volvimos a ver a la niña con su saltador y su canción… Una, dos y tres…. y volviendo a insistir en venir a jugar conmigo, venís a jugar conmigo.
Aquella casa al poco tiempo la cerraron y apuntalaron, ya que el peligro de derrumbe era inminente, la parienta de mi abuela se realojó en otra casa vieja entre las calles Santa Cruz y la calle el Rostro cuando tenía salida muy cerca de la fuente de Los Caños.
Por casualidad una tarde de verano de hace unos treinta y tantos años pase por dicha calle, y aún se conservaba alguna ruina del edificio incluido el antiguo portón que como antiguamente se encontraba abierto de par en par.
La curiosidad pudo conmigo y a pesar de su pésimo estado me asomé al patio para recordar momentos vividos en aquella casa.
Al mirar hacia arriba donde vivía la pariente de mi abuela y por donde mi madre y hermanos anduvimos algunas veces, vi momentáneamente de nuevo a la parienta de mi abuela con aquella niña de la mano, y nuevamente me insistía: venir a jugar conmigo, venís a jugar conmigo…
En una de mis conversaciones que mantuve con uno de mis tíos salió a la palestra aquella señora de la cual no recuerdo su nombre, mi tío me dijo que su chacha murió en el 74 y fue la última oportunidad que tuvo de ver a sus primos segundos, en aquella conversación me comentó que su tía tenía medio perdida la cabeza desde que una de sus hijas la más pequeña jugando a la comba cállese al patio desde la baranda de aquella casona, matándose en acto.

lunes, 28 de junio de 2021

Mariano

 




Mariano se levantaba todos los días muy temprano, tan temprano que incluso salía de su casa antes de que amaneciese, a diario le gusta asomarse a un cantón existente a las faldas del castillo de Jaén, para ver el milagro de la vida, el amanecer, con sus impresionantes salidas del sol, y agradecer a Dios por todo lo que veía, sintiéndose el hombre más afortunado por tener tan maravillosas vistas casi a las puertas de su casa cueva.
Después cogía calle Zumbajarros abajo hasta llegar al frondoso pilar del barrio de la Magdalena donde se lavaba la cara y despejaba de los malos pensamientos como él solía decir, mientras hablaba solo y se secaba con un mugriento pañuelo.
Mariano era una persona que había rebasado los 70 años y no hacía mucho tiempo que había sido dado de alta, el pobre hombre había pasado una temporada bastante larga ingresado en el sanatorio psiquiátrico de Los Prados, donde se afanaba en coleccionar los clásicos platetes las chapas de botella de cerveza. Su mente enferma lo hizo creer por una buena temporada que él era un super inspector de policía y los platetes los transformaba en condecoraciones adquiridas por él, mientras ejercía su profesión.
Algunos decían que Mariano en su juventud fue maestro escuela y que poco a poco fue perdiendo la cabeza y cayendo en la indigencia donde su mirada alegre pasó a ser una mirada triste y su elegante traje de pana poco a poco se convirtió en un traje raído y harapiento.
A menudo comía en el comedor social, se sentaba solo y pasaba horas hablando con una figura imaginable. Decía que él comía en compañía de Millán-Astray, hombre admirado por Mariano ya que en su juventud quiso ser legionario y sus padres le obligaron a estudiar magisterio, el afirmaba que tenía conversaciones de estrategia con cierto personaje, pero que desprendía un cierto olor a chamusquina, Millán Astray no le hacía caso. Le apasionaba leer y a veces, el personal del centro se veía en la necesidad de obligarlo a dejar la lectura para que se comiese la comida algo caliente.
Algunas veces a Mariano se le olvidaba el camino de regreso a su casa por eso, cualquier rincón de la ciudad era perfecto para él. Podía dormir donde sea, y tenían una gran resistencia al frío y el calor. Toda la ciudad era prácticamente su dormitorio, sin embargo, apenas salía el sol, y cuando la mayoría de las personas aun dormían, él se encaminaba al cantón existente en la ladera del castillo, después se encaminaba al frondoso pilar de la Magdalena donde se lavaba y despejaba, después de ver el milagro de la vida.
Una mañana Mariano dejó de verse por el barrio, no acudió a su puesta de sol, ni a asentarse en el escalón de la iglesia, ni a levantar su vista hacia ciertas personas. Se perdió su mirada desinteresada la que mayormente tenía durante todo el día, esa mirada con la que se ganaba su dinero. La mirada que con fuerza salía de su alma al mirar aquellas personas que salían y entraban a la Iglesia era una mezcla de admiración y envidia. La mirada de Mariano reflejaba la fuerza de lo que sentía su corazón.
Mariano desapareció en la bruma de una mañana de invierno?

viernes, 25 de junio de 2021

Don Gonzalo

 


Sentado en su butaca preferida de la residencia, Pablo relataba aquella tarde de sábado sus vivencias en los cortijos a modo de cuentos, aunque de cuentos aquello tenía muy poco.
Contaba Pablo que en el cortijo donde él se crío había un jornalero al que llamaban Pepón, el pobre estaba retrasado y le daban ataques epilépticos, según le contaron a Pablo aquel harapiento hombre había llegado al cortijo Dios sabe desde donde, el pobre hombre ni siquiera sabía el dónde había nacido.
Le contaron que llego a la cortijada llevando un hatillo al hombro y pidiendo trabajo, el patrón, don Gonzalo viendo su deficiencia se aprovechó del pobre harapiento, lo coloco limpiando las cuadras del cortijo simplemente por la manutención y un techo para vivir.
Seguía contando Pablo que desde que el pobre hombre llegó, nunca había recibido un buen trato, solamente había recibido malas caras y malas palabras por parte de don Gonzalo, insultos que dolían más que los golpes, y a consecuencia del mal trato aquel hombre comenzó a odiar y mirar mal a don Gonzalo, que dándose cuenta de las miradas cada vez que se emborrachaba llegaba a la vieja barraca donde vivía Pepón, lo amarraba de pies y manos a una silla y lo abofeteaba gritándole, vamos mírame como tú sabes y lo volvía a bofetear hasta que el pobre perdía el conocimiento.
Pablo cambio su tono de voz y comenzó a relatar un hecho que marco al patrón para toda la vida, aquella tarde infernal de invierno Don Gonzalo había salido a una de sus correrías, se había llevado la mejor yegua de la cuadra a sabiendas que aquella yegua estaba perdiendo la vista, Pepón aquel día se había olido la situación de que el patrón volvería borracho y la emprendería con él a golpes.
Pepón aquella tarde noche de invierno se había cobijado en una cueva que había a las afueras de aquella maldita cortijada, a su regreso una tremenda tormenta le cogió a don Gonzalo por el camino, los rayos y relámpagos cegaban aún más a la yegua que se sabía el camino con los ojos cerrados, instinto animar recalco Pablo.
Según Pablo las fuertes aguas habían arrasado el viejo puente de madera que unía el camino y la desviación a la cortijada, Pepón que se había dado cuenta y al verlo pasar intento llamarle la atención, cosa que no fue posible por la velocidad de la yegua que no pudo frenar cayendo jinete y yegua a las turbulentas aguas del rio.
La yegua se defendió nadando y don Gonzalo borracho agonizaba en medio de las aguas del rio y su moribundo cuerpo ya no aguantaba más y empapado en sangre y agua pedía auxilio, Pepón después de rescatar a la yegua lo auxilio desde la orilla, inútilmente don Gonzalo trato de levantarse y sostenerse contra un árbol, pero sus heridas y borrachera no le ayudaban, calló al suelo en medio del barro, intento gritar, pero fue en vano ya no le quedaban fuerzas, en aquellos momentos en que la muerte estaba más cerca que la vida, el patrón sintió que dos manos rodeaban su cintura y lo cargaban a lomos de su propia yegua.
Una ver recuperado don Gonzalo y quedando invalido a consecuencias del incidente, Pablo nos dijo a los allí presentes que Pepón le confeso a don Gonzalo que le aviso de lo del puente, no por él, sino por la yegua a la que le tenía más cariño y respeto que a él.
Pepón a pesar de su confesión y del odio que le tena a Don Gonzalo permaneció en la cortijada al cuidado de su señor hasta que falleció, los herederos vendieron aquella cortijada y Pepón pasó desde aquella finca a una residencia, en aquellos tiempos hospicio.