Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
Las imágenes que uso en este blog son tomadas de Google, en caso de que alguien se sienta invadido por favor hágamelo saber que serán retiradas de inmediato.




lunes, 28 de junio de 2021

Mariano

 




Mariano se levantaba todos los días muy temprano, tan temprano que incluso salía de su casa antes de que amaneciese, a diario le gusta asomarse a un cantón existente a las faldas del castillo de Jaén, para ver el milagro de la vida, el amanecer, con sus impresionantes salidas del sol, y agradecer a Dios por todo lo que veía, sintiéndose el hombre más afortunado por tener tan maravillosas vistas casi a las puertas de su casa cueva.
Después cogía calle Zumbajarros abajo hasta llegar al frondoso pilar del barrio de la Magdalena donde se lavaba la cara y despejaba de los malos pensamientos como él solía decir, mientras hablaba solo y se secaba con un mugriento pañuelo.
Mariano era una persona que había rebasado los 70 años y no hacía mucho tiempo que había sido dado de alta, el pobre hombre había pasado una temporada bastante larga ingresado en el sanatorio psiquiátrico de Los Prados, donde se afanaba en coleccionar los clásicos platetes las chapas de botella de cerveza. Su mente enferma lo hizo creer por una buena temporada que él era un super inspector de policía y los platetes los transformaba en condecoraciones adquiridas por él, mientras ejercía su profesión.
Algunos decían que Mariano en su juventud fue maestro escuela y que poco a poco fue perdiendo la cabeza y cayendo en la indigencia donde su mirada alegre pasó a ser una mirada triste y su elegante traje de pana poco a poco se convirtió en un traje raído y harapiento.
A menudo comía en el comedor social, se sentaba solo y pasaba horas hablando con una figura imaginable. Decía que él comía en compañía de Millán-Astray, hombre admirado por Mariano ya que en su juventud quiso ser legionario y sus padres le obligaron a estudiar magisterio, el afirmaba que tenía conversaciones de estrategia con cierto personaje, pero que desprendía un cierto olor a chamusquina, Millán Astray no le hacía caso. Le apasionaba leer y a veces, el personal del centro se veía en la necesidad de obligarlo a dejar la lectura para que se comiese la comida algo caliente.
Algunas veces a Mariano se le olvidaba el camino de regreso a su casa por eso, cualquier rincón de la ciudad era perfecto para él. Podía dormir donde sea, y tenían una gran resistencia al frío y el calor. Toda la ciudad era prácticamente su dormitorio, sin embargo, apenas salía el sol, y cuando la mayoría de las personas aun dormían, él se encaminaba al cantón existente en la ladera del castillo, después se encaminaba al frondoso pilar de la Magdalena donde se lavaba y despejaba, después de ver el milagro de la vida.
Una mañana Mariano dejó de verse por el barrio, no acudió a su puesta de sol, ni a asentarse en el escalón de la iglesia, ni a levantar su vista hacia ciertas personas. Se perdió su mirada desinteresada la que mayormente tenía durante todo el día, esa mirada con la que se ganaba su dinero. La mirada que con fuerza salía de su alma al mirar aquellas personas que salían y entraban a la Iglesia era una mezcla de admiración y envidia. La mirada de Mariano reflejaba la fuerza de lo que sentía su corazón.
Mariano desapareció en la bruma de una mañana de invierno?

viernes, 25 de junio de 2021

Don Gonzalo

 


Sentado en su butaca preferida de la residencia, Pablo relataba aquella tarde de sábado sus vivencias en los cortijos a modo de cuentos, aunque de cuentos aquello tenía muy poco.
Contaba Pablo que en el cortijo donde él se crío había un jornalero al que llamaban Pepón, el pobre estaba retrasado y le daban ataques epilépticos, según le contaron a Pablo aquel harapiento hombre había llegado al cortijo Dios sabe desde donde, el pobre hombre ni siquiera sabía el dónde había nacido.
Le contaron que llego a la cortijada llevando un hatillo al hombro y pidiendo trabajo, el patrón, don Gonzalo viendo su deficiencia se aprovechó del pobre harapiento, lo coloco limpiando las cuadras del cortijo simplemente por la manutención y un techo para vivir.
Seguía contando Pablo que desde que el pobre hombre llegó, nunca había recibido un buen trato, solamente había recibido malas caras y malas palabras por parte de don Gonzalo, insultos que dolían más que los golpes, y a consecuencia del mal trato aquel hombre comenzó a odiar y mirar mal a don Gonzalo, que dándose cuenta de las miradas cada vez que se emborrachaba llegaba a la vieja barraca donde vivía Pepón, lo amarraba de pies y manos a una silla y lo abofeteaba gritándole, vamos mírame como tú sabes y lo volvía a bofetear hasta que el pobre perdía el conocimiento.
Pablo cambio su tono de voz y comenzó a relatar un hecho que marco al patrón para toda la vida, aquella tarde infernal de invierno Don Gonzalo había salido a una de sus correrías, se había llevado la mejor yegua de la cuadra a sabiendas que aquella yegua estaba perdiendo la vista, Pepón aquel día se había olido la situación de que el patrón volvería borracho y la emprendería con él a golpes.
Pepón aquella tarde noche de invierno se había cobijado en una cueva que había a las afueras de aquella maldita cortijada, a su regreso una tremenda tormenta le cogió a don Gonzalo por el camino, los rayos y relámpagos cegaban aún más a la yegua que se sabía el camino con los ojos cerrados, instinto animar recalco Pablo.
Según Pablo las fuertes aguas habían arrasado el viejo puente de madera que unía el camino y la desviación a la cortijada, Pepón que se había dado cuenta y al verlo pasar intento llamarle la atención, cosa que no fue posible por la velocidad de la yegua que no pudo frenar cayendo jinete y yegua a las turbulentas aguas del rio.
La yegua se defendió nadando y don Gonzalo borracho agonizaba en medio de las aguas del rio y su moribundo cuerpo ya no aguantaba más y empapado en sangre y agua pedía auxilio, Pepón después de rescatar a la yegua lo auxilio desde la orilla, inútilmente don Gonzalo trato de levantarse y sostenerse contra un árbol, pero sus heridas y borrachera no le ayudaban, calló al suelo en medio del barro, intento gritar, pero fue en vano ya no le quedaban fuerzas, en aquellos momentos en que la muerte estaba más cerca que la vida, el patrón sintió que dos manos rodeaban su cintura y lo cargaban a lomos de su propia yegua.
Una ver recuperado don Gonzalo y quedando invalido a consecuencias del incidente, Pablo nos dijo a los allí presentes que Pepón le confeso a don Gonzalo que le aviso de lo del puente, no por él, sino por la yegua a la que le tenía más cariño y respeto que a él.
Pepón a pesar de su confesión y del odio que le tena a Don Gonzalo permaneció en la cortijada al cuidado de su señor hasta que falleció, los herederos vendieron aquella cortijada y Pepón pasó desde aquella finca a una residencia, en aquellos tiempos hospicio.

domingo, 20 de junio de 2021

El trovador de San Juan de Dios



Recuerdo que siendo niño de ocho o diez años, mi abuela Dolores vivía en la calle Magdalena baja en una casona vieja, muy vieja, tan vieja que daba miedo entrar en ella, según se contaba en sus tiempos fue una cabreriza que se adaptó a vivienda en tiempos de la guerra civil, también se contaba que anterior a la cabreriza fue la vivienda de una familia acomodada, que por circustancias de la vida tuvieron que emigrar y la vivienda pasó a ser propiedad de un cabrero que la convirtió en cabreriza.

En aquella casona vieja alguna tarde que otra se reunían en tertulias aparte de mi abuela Dolores, Paca vecina de la planta superior, Angelita la nuera de Paca, Juanita la mujer del “picante”, Dolores la rubia, Carmen la madre de Pepe chocolate y Manolillo hermano de Paca.
Aquel día me llamó la atención porque Manolillo solamente contaba chistes y chascarrillos graciosos, se le conocía como un hombre simpático aparentemente sin problemas, aunque el pobre los tenía, Manolillo vivía en el hueco de las escaleras, esa era su carta de presentación.
Perfectamente recuerdo que mi abuela aquella tarde trajo un cartucho repleto de boquerones fritos que habían sobrado en la escuela donde ella trabajaba de cocinera, mi abuela era la cocinera del colegio de San Agustín.

La tertulia comenzó cuando mi abuela puso sobre la mesa el cartucho de boquerones y con un simple podéis coger comenzó aquella tertulia.
Aquel día Manolillo sacó a relucir una leyenda que su padre le había contado precisamente de aquella casa donde en esos momentos se encontraban reunidos.

Después del atracón de boquerones Manolillo comenzó a relatar que su padre le había contado en cierta ocasión que en aquella casa de la Magdalena Baja vivía en antaño una familia acomodada, donde el era escribiente de una prestigiosa notaría, ella maestra escuela, aquel matrimonio tenían una hija adolescente con unos hermosos y grandes ojos y un cabello largo y negro como el azabache.
Se contaba por todo Jaén de la belleza de aquella muchacha a la que rondaba un apuesto joven que a diario subía desde las Bernardas con su bandurria a tocarle y cantarle hermosas serenatas.

Manolillo después de hacer un alto para darle un buen trago a la bota de vino prosiguió con su relato y contó que los padres de aquella muchacha que por cierto se llamaba Salomé, vieron que ella correspondía asomándose a la ventana de la casa para escuchar las serenatas de aquel misterioso joven que ponía la calle de bote en bote, hasta que un día decidieron llevársela a Madrid para internarla en un convento para evitar la presencia de aquel trovador enamorado de su hija. Salomé en el convento sufrió una gran depresión por la falta de su trovador nocturno a tal extremo que dejo de comer, esto la llevó a enfermarse y los padres tuvieron que ir y traerse del convento a la hija.

Con intención de recuperarla de su enfermedad la ingresaron en el Hospital de San Juan de Dios donde Salomé murió de amor y tristeza.
Aquella triste noticia llegó a los oídos de aquel trovador que la mayoría de las noches deambulaba por la Magdalena y llegaba hasta el hospital de San Juan de Dios para entonar una serenata de despedida, una canción tan triste que aun conmueve y hace llorar a todos los que la escuchar por los pasillos de aquel hospital hoy convertido en archivo.


sábado, 12 de junio de 2021

La procesión.



Aquella noche de Jueves Santo desde cualquier rincón de Jaén se escuchaba los lamentos de las trompetas y el sonido ronco de los tambores, Ramón con su cartón de vino bajo el brazo caminaba por una de aquellas calles estrechas que van desde el casco antiguo al centro de la ciudad. En aquellos momentos algunas gotas de agua comenzaban a caer tímidamente, mientras a lo lejos alguien cantando una saeta se ganaba el silencio con su peculiar quejío. Ramón, cerrando los ojos, imaginó ver un barcón repleto de macetas y en el centro con su pelo totalmente blanco a Manuel su amigo, saetero y cantaor flamenco de su pueblo.
Los goterones de agua lo despertaron de aquel sueño, mientras comenzaban a aumentar su tamaño hasta el punto de tener que buscar un refugio.
Hizo un pequeño alto en un portal entreabierto para evitar quedar empapado, y abriendo su cartón de vino le dio un buen trago. Luego, eructó, y aprovechando la oscuridad de la noche, la lluvia y soledad de la calle, en el mismo portal se puso a orinar, acto seguido prosiguió su camino calle adelante.
Ramón aquel día había estado en el cuchitril de uno de sus compañeros de miserias, pariente de su fallecida mujer. Bartolo que a si se llamaba aquel hombre el cual hacía unos días había sufrido una agresión por parte de algunos niñatos que se saciaron sin escrúpulos de él, al verlo harapiento y mendigando.
En la esquina de un supermercado, Ramón se detuvo para rebuscar en el contenedor de los cartones y cogiendo un puñado de periódicos, los metió en una de las bolsas que llevaba para ojearlos en un momento de tranquilidad, a pesar de su mala suerte, su pobreza y miseria, Ramon era un hombre educado y culto.
En un rincón de la vieja nave donde solía convivir con otros indigentes se acurrucó entre cartones, prendió mecha a algunos leños, le dio un trago al cartón del vino, y poniéndose unas viejas gafas comenzó a ojear a la luz de la candela algunos periódicos de los que había recogido.
En una de las páginas hizo un alto en algo que le llamo la atención, con paciencia se entretuvo leyendo un artículo que le hizo olvidar por un momento a su compañero, la paliza que le habían dado y con los dientes apretados, maldijo a los hombres que con tampoco escrúpulos habían secuestrado y asesinado a una joven de quince años.
Ramón abrió nuevamente el cartón del vino le dio un buen trago, eructó de nuevo y cerrando los ojos procuro olvidar aquel artículo tratando de dormir.
Muy cerca de Ramón otro indigente dormía y sollozaba, Ramón tímidamente lo llamó tres o cuatro veces hasta que despertó.
- ¿Qué quieres amigo?
-Quiero que dejes de sollozar, no consigo conciliar el sueño.
-No puedo Ramón, no puedo.
Qué te pasa dime, le dijo Ramón con gesto de preocupación.
- Son cosas mías.
Y haciendo una ventosidad mientras balbuceaba con la voz rota, de taberna le comentó a Ramón lo sucedido el día que acababa de terminar.
Estoy triste amigo, muy triste, esta mañana estuve toda ella exhibiéndome por cuatro chavos a los turistas que visitaban los Baños Árabes, después de comer en San Roque me fui a la Plaza de San Idelfonso con la intención de ver la procesión de los civiles, ya sabes tú que me gustan esas cosas, ver desfilar los civiles con su tricornio su bigote sus trajes de gala, sus caballos, las mantillas, con sus rosarios, sus vestido, zapatos y medias negras. Pero en un santiamén me quede durmiendo en un rincón, entonces fue cuando me despertaron dos jóvenes extranjeros, querían hacerme unas fotos y una entrevista para una TV de su país los muy sinvergüenzas, querían ponerme de ejemplo de como se vive en España, y como se derrocha el dinero en jarras y flores para los santos, mientras la gente como nosotros vivimos en la miseria.
Menuda ignorancia la de esa gente de la TV, le respondió Ramón alzando un poco la voz, si no fuese por la iglesia, Caritas y los comedores sociales haber donde cojones íbamos a ir los pobres como nosotros a vestirnos, asearnos o comer a diario.