Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
Las imágenes que uso en este blog son tomadas de Google, en caso de que alguien se sienta invadido por favor hágamelo saber que serán retiradas de inmediato.




sábado, 15 de mayo de 2021

Día de lluvia y viento

 


 

 

Una mañana invernal de muchísimo frío, de estas mañanas que por Jaén no hay quien ande a causa del tremendo viento, que baja desde Jabalcuz, y hace remolino en la calle Campanas, donde se decía antiguamente que volaban sombreros.

Aquella mañana aproveché que estaba abierta la Catedral, para entrar y hacer unas fotos, antes de que empezara la santa misa, e inmortalizar en mi cámara las bóvedas de la joya del renacimiento español.

Entre foto y foto me encontré frente a la Capilla de la Virgen de la Correa, en ella arrodillado, meditaba y medio lloraba un señor de unos ochenta y pico de años. 

Al incorporarse el señor se dio un golpe en la cabeza con la reja que cierra dicha Capilla, de inmediato le presté auxilio y le acompañé a un banco, donde los dos pasamos unos minutos en silencio, mientras se recuperaba.

 El señor me dio la gracias por mi ayuda desinteresada, y mirando fijamente a la capilla donde está la Virgen de las Angustias me dijo sin yo preguntarle nada:

Si tu supieras, si tu supieras…

 -Mi padre me dijo algo que el suyo le había contado, siendo niño mi abuelo, sobre el año 1850, era uno de los muchos monaguillos de éste templo, precisamente, un día de lluvia y viento como hoy, él se encontraba como tantas tardes preparando las cosas de la santa misa.

Después de una pausa y sin dejar de mirar a la Virgen de las Angustias, aquel señor prosiguió contando su historia. 

-Mira joven, me dijo con voz entrecortada. Según le contó mi abuelo a mi padre, aquella tarde de frío invierno sintieron bastante ajetreo por las dependencias de la planta superior.

Ellos, los cuatro monaguillos, creyeron que el nuevo cura estaría trasteando los armarios para coger alguna sotana, ya que precisamente era nuevo y se estrenaba aquella tarde como cura en la Catedral.

 Los monaguillos asustados, subieron a la planta superior y miraron en el campanario, en el coro, en los arcones, y cajones de grandes cómodas; incluso en el confesionario.

 Y se encontraron con la sorpresa de que los dos niños o angelitos de la Virgen de la Correa, estaban jugando entre los relicarios, cálices antiguos y ocultos tras las sábanas que envolvían las imágenes guardadas en aquellas salas.

Al decir lo de los angelitos de la Virgen de la Correa, intuitivamente y no sé por qué, corregí a aquel señor, ¿serán los de la Virgen de las Angustias?

 En aquel momento el señor volvió su cara y vi un rostro diferente, muy distinto al que estaba en aquella Capilla en la que lo recogí.  Vi el rostro de un hombre joven y barbudo, envuelto en llanto.

 ira Joven, me volvió a decir: acércate y mira la cara de esos dos niños, a ver a quién se les parecen más, ¿a la Virgen de las Angustias o la Virgen de la Correa? 

Y sin darme cuenta lo volví a corregir:

¿serán esos dos Angelitos?

Bueno, bueno, me volvió a decir, ahora serán Angelitos, pero en la época de mi abuelo eran niños muy revoltosos, y por eso su madre llora con tantísimo desconsuelo.

No lo entiendo señor, le volví a repetir.

Mira, hubo una época en la que esos dos niños eran felices y su madre mucho más, pero quien más felicidad derrochaba era su padre, hasta que alguien se los robó a aquellos padres, envolviéndolos en llanto para toda la vida.   

 Aquel señor me comentó que el padre de aquellos niños, era maestro escultor, y estuvo trabajando a las órdenes de Andrés de Vandelvira.   

       Bueno, le dije a aquel señor, si son hijos como dice usted de la Virgen de la Correa, ¿cómo es que están en la capilla de la Virgen de las Angustias? 

Pues la verdad que es muy fácil, me comentó: el nuevo cura viendo que los monaguillos no aparecían y los ruidos ahora los escuchaba él, subió a la planta superior y todo cabreado, encontró a los monaguillos y los dos niños jugando entre aquel revoltijo de enseres, carcoma, polilla y reliquias. A los monaguillos le echó la bronca y a los niños los cogió de una oreja y al ser nuevo en la Catedral, e ignorar a qué Capilla pertenecían, viendo abierta la capilla de la Virgen de las Angustias, los metió dentro, y cerró con llave. Desde entonces los niños lloran sin consuelo y su madre llora desesperadamente, ¡ay madre mía, a la pobre se los volvieron a quitar por segunda vez!

-Por cierto, ¿Cómo se llama usted amigo? le pregunté.

-Me llamo Ton, Antón.

martes, 4 de mayo de 2021

“De agricultor a minero”



Mientras tomaba café una mañana con mi padre me dijo: que cuando él se casó la vida en el campo era tan precaria y difícil, que una familia no se podía mantener con el sueldo existente en aquella época. No se sacaba ni tan siquiera para subsistir una sola persona, que la situación y precariedad les obligo justo a otros compañeros a salir del campo y buscarse un trabajo que le diese algo más de beneficio.
Contaba que fueron tres los que abandonaron el trabajo de muleros en el cortijo del Marqués, y se incorporaron como mineros en una pequeña mina del Galapagar, situada a unos 13 km de Jaén; por la carretera de Torrequebradilla, pero aquella mina apenas daba beneficio pues se hinchaban de trabajar y no sacaban mucho más que cuando estaban en el cortijo.
La situación económica en nuestro hogar era deplorable, apenas si mis padres podían mantenernos a mis dos hermanos y a mí. Mi madre de un pan sacaba varias fracciones para poder saciar un poco el hambre y si era poco teníamos al abuelo que en aquellos tiempos las personas mayores eran las primeras en comer.
Seguía contando mi padre que aquello no era una mina, simplemente era un pozo en la tierra y que tenían que bajar atados a una trócola, cuando llegaban abajo cogían su pico su pala y se arrastraban a cuatro patas por las galerías hasta llegar a la veta, creo que de oxido rojo, de esto no estoy muy seguro, pero creo que no voy muy desencaminado lo que si recuerdo que mi padre decía que algunos días estaba el pozo medio de agua y tenían que bombearla para poder bajar a trabajar, según él en esas ocasiones era cuando ya no quería seguir allí, pero ¿a dónde ir?
Mi padre relataba que el día de Navidad, en la Magdalena se encontró con un amigo y hablando entre ellos le contó la precariedad de trabajo que tenía, todo el día metido en un pozo, que no ganaba ni para mantenerse a su familia y uno de sus niños hacia la primera comunión el año que próximo, que no sabía con qué dinero le iba a comprar el traje, las estampas y demás cosas.
Aquel amigo le comento que él estaba trabajando en Bélgica en las minas de carbón y que ganaba casi el triple que él, que allí el peligro era mucho menor, ya que aquello era una mina de verdad y no un pozo como en el que él estaba jugándose la vida.
Mi padre se envalentonó y le dijo que, si se podía ir con él, su amigo le dijo que en cuanto él llegase a Bélgica después de las vacaciones de navidad lo reclamaría y podría ir con todos los papeles en regla.
A los pocos días de la partida recibió mi padre una carta con un contrato y todos los requisitos necesarios, incluida una revisión por parte de Sanidad. Preparó la maleta y tomo el tren dirección a la pequeña ciudad de Blegny, en la provincia de Lieja donde trabajaría durante tres meses que era lo que él necesitaba para comprar el traje de comunión y sacar un poco la cabeza.
Al incorporarse a la nueva mina sintió algo de miedo al mirar la gran torre de hierro y aquellas vagonetas de acero metálico, él decía que olían a muerte, un olor que lo impregnó desde la primera hora hasta el último minuto del contrato de aquel gran complejo industrial de enormes dimensiones.
Sobre las siete de la mañana sonó una enorme sirena y según mi padre los mineros se apiñaron en «la jaula», una especie de ascensor de hierro que los introducía a plomo casi más de medio kilómetro en las entrañas de la tierra. Después, todavía tenían que andar un buen trecho, por un laberinto de galerías antes de llegar a la “veta” y empezar a picar, ya no se usaba el pico, su herramienta era un martillo percutor y sin otra luz que una lámpara que llevaban en el casco, lo de la lámpara en el casco según mi padre era para que no te lo quitases, si te lo quitabas no veías, aquel día mi padre se le vino el mundo encima al pensar que si le pasaba algo en aquellas profundidades ya no regresaría a la superficie y quedaría allí para siempre y le recorrió todo su cuerpo un sudor frío, pero unas breves palmaditas de su amigo en su espalda le dieron la suficiente fuerza para seguir, - ¡vamos Ramón, tú estás para esto y más! - y sin nada más se dirigieron a su puesto de trabajo sumergido en el centro de la tierra donde su cuerpo cubierto de hollín lo hacían parecer un pedazo de carbón viviente, sólo alcanzando a relucir la dentadura blanca y los globos oculares.
Un año permaneció allí hasta que una tonelada de carbón oculto la mayoría de las galerías de aquel pozo minero.

domingo, 2 de mayo de 2021

LA VIDA, TAL CUAL.



Ramón se encontró como cada mañana con Luis.
Luis es amigo de Ramón desde la infancia, ellos vivían en el mismo barrio en la misma casa de vecinos, fueron a la misma escuela y por casualidad de las casualidades se casaron con dos hermanas, Ramón y Luis son cuñados, casi hermanos ya que sus madres eran primas.
-Que pasa Ramón- le pregunto Luis con rostro de preocupación.
-Nada nuevo, nada nuevo, le contentó secándose una lágrima Ramón.
-Te apetece que demos una vuelta hasta la Alameda y echemos un chatillo mientras me cuentas, le dijo Luis intentando levantarle el ánimo, ya que Ramón cada día estaba más apagado y deprimido.
Los dos muy despacito tomaron rumbo a la Alameda. Para ninguno de los dos existían ya las prisas, Luis estaba viudo y según él, ya no tenía que rendir cuentas a nadie, Ramon estaba más solo que la una, ya que sus hijos estaban casados y su mujer enferma en una residencia y algunos días comía con Luis y otros ni comía.
Apretándose las manos, Luis le pregunto, - bajaste ayer a ver a Isabel.
-Si que bajé, Luis, ayer hacía cincuenta años que nos casamos y bajé con mi hijo Pedro mi nuera y los niños, le llevé un ramo de rosas que ni siquiera las miró.
- Y ¿qué tal la encontraste?
-Pues, ya sabes, Isabel cada día está peor, está postrada en cama consumiéndose poco a poco y apenas reconoce a nadie, disparata constantemente. Fíjate, ayer delante de los niños ella se empeñó con que su hermano estaba allí, y mirando al vacío y con la vista desencajada, diciéndonos: “¡Ahí! ¿no lo ven? ¡ahí esta Manolo! ¡hermano, qué alegría verte!”, luego sonreía tiernamente mirando a uno de nuestros nietos creyendo ver a nuestros hijos, al más pequeño, muerto de pulmonía cuando apenas tenía dos o tres años.
Menuda situación la que pasamos delante de los niños, y mira que a ellos le hemos explicado lo de la abuela, ellos buenos entendedores la besan, en voz baja y suave le hablan, “abuela, abuelita, pero ella con su erre que erre, empeñada en que nuestra nuera era Laura, y quería que se fuese, hacía nada más que insultarla y reprocharle que no quería verla, que aquello que hizo de quitarle el novio no se hacía entre hermanas. Luego se empeñó en que nuestro hijo Pedro, era Rodolfo y no hacía nada más que preguntarle ¿con quién te casaste? Rodolfo, y ya ves mi hijo pequeño, Laura, Rodolfo su hermano todos hace mucho tiempo que murieron.
Conversando y caminando y llegaron a la tasca, se apoyaron sobre la barra y pidieron dos vinos, Ramon prosiguió contando:
-No es justo Luis, no es justo, me estoy volviendo loco y mi mujer se muere en una residencia sin saber quién somos, y lo peor es que tampoco sabe ella quién es. Tengo una impotencia y un dolor de ver a Isabel como se consume poco a poco.
Luis acabo la conversación con otra pregunta:
- ¿Y el medico que te ha dicho?
—Esta vez no me ha dicho nada.
Luis de un trago acabo el vino, miró a Ramon con cierta pena y le dijo, echamos otro chato.