Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
Las imágenes que uso en este blog son tomadas de Google, en caso de que alguien se sienta invadido por favor hágamelo saber que serán retiradas de inmediato.




miércoles, 28 de abril de 2021

Mi escuela

 


 

La escuela en la que estudiemos mi generación era muy diferente a la que conocemos hoy en día, en los años 60, la escuela empezaba el lunes y terminaba el sábado al mediodía. A media mañana, durante el recreo, nos deba a los alumnos un botellín de leche, al principio era en polvo. La edad de los alumnos de una misma clase no era la misma, dado a la gran cantidad de suspensos que había en aquellos tiempos donde la mayoría de los niños hacíamos la rabona por miedo al profesor y su castigo, y cuando terminábamos primaria, nos poníamos a trabajar, otros ni siquiera terminaban los estudios primarios.

El edificio que albergaba a la escuela pública carecía de muchas de las comodidades que los niños tenemos en los colegios actuales. Faltaba casi todo tipo de material didáctico y en muchos casos el maestro no tenía la preparación adecuada. Con estos condicionantes, los alumnos salíamos de la escuela con una preparación muy básica, siendo muy pocos los que podían aspirar a estudios universitarios.

 Las clases tenían pupitres dobles, y una gran pizarra que ocupaba parte de la perez, un crucifijo, un mapa de España y una foto del caudillo Francisco Franco y otra de José Antonio Primo de Rivera.

En mi estancia en el colegio las clases nunca fueron mixtas y los niños y las niñas no nos veíamos ni en el patio ya que ellas tenían uno y nosotros otro. Como único libro de texto tenía la Enciclopedia Álvarez que, con sus distintos tomos, nos educó a millones de niños. Las asignaturas impartidas eran muy parecidas a las de hoy en día, pero se le daba especial importancia a las Matemáticas y a la Religión.

En aquellos años de mi infancia existían varios colegios en la Magdalena, pero eran tres los que albergaban a la mayoría de los niños del barrio algunas niñas acudían a otro pequeño colegio que existía en el patio la Iglesia, los demás niños nos repartíamos entre La Miga de piedra, Mariano Velasco, y Ruiz Giménez, también existía otro de preescolar, El Hospitalico, en la calle del mismo nombre.

En ambos colegios, antes de comenzar las clases, se cantaba el “cara al sol”, se rezaba una oración; después, comenzaban las clases, con el mismo profesor, también eran habituales los castigos, tuvimos un profesor que castigaba poniéndonos una peseta en la nariz y sujetarla contra la pared y las manos a las espaldas, para escribir, utilizábamos, una pequeña pizarra con su correspondiente pizarrín, después pasemos a la pluma y a finales de los 60  los bolígrafos BIC.

La religión tenía una gran importancia: era obligatorio tomar la comunión e ir todos los domingos por la mañana a misa. Para comprobar si habías ido, te preguntaban por el color que usaba el cura en la misa.

También existía el cuadro de honor donde los celebros de cada clase estaban bien posicionados en una foto que cambiaban todos los meses.

domingo, 25 de abril de 2021

La mili de un Jienense en los Pirineos



Sobre el mes de febrero del 1978 el destacamento de esquiadores de alta montaña nos enfrentábamos a unas nuevas maniobras militares, está vez por las laderas y montes cercanos a Canfranc.
Unos dias antes de las maniobras preparando la mochila me prestaron un libro que trataba sobre el pastoreo en los pirineos y precisamente la mayoría de las fotos eran de Canfranc, los compañeros de camareta y yo alucinábamos mirando aquellas fotos tan hermosas de los pirineos, aquellos paisajes montañosos tan espectaculares, espolvoreados de ovejas, me fascinaba y tenía la sensación de que serían unas maniobras tipo turístico.
También pensaba que serian duras, muy duras ya que los mulos nos acompañarían con su pesado cargamento de artillería y yo estaría al frente de uno de esos mulos indomables, con mas mili que Cacorro, pero el visual tantísima belleza valía el sacrificio.
La verdad que estábamos casi todos muy ansiosos de ver aquellas zonas de cientos y cientos de kilómetros restringidas al público donde solo teníamos ascenso los militares.
No se si aquello estaba preparado o es que esas zonas son así, pero las montañas estaban cubiertas por una intensa niebla, que no me permitía ver gran cosa. Por cierto, en algunos momentos, yo no veía nada y me dejaba llevar por el mulo, gran conocedor de la zona. Yo sabía que estábamos rodeada de ovejas sólo por el sonido de los cencerros que llevan colgados del cuello, porque ver, nadie veía nada de nada.
Y fue en medio de esa fuerte niebla, en una ladera llena de piedras sueltas, donde los cuatro que componíamos el grupo primero que encabezaba aquellas maniobras, vimos y escuchemos una silueta pidiendo auxilio, cada paso que dábamos resbalábamos, aunque resurte imposible los mulos no cesaban de caminar por aquel paraje que se había convertido en un infierno para la mayoría de nosotros, y para colmo aquellos gritos de auxilio con voz aterrorizada.
Juan Capablo, era un voluntario de Huesca y era conocedor de todas las historias y leyendas de su ciudad y alrededores nos dijo que deberíamos de acudir a los gritos de auxilio que según contaba una leyenda que hace varios siglos, en una fría y desapacible noche de invierno como era aquella, llegó hasta Canfranc una peregrina judía. Como era costumbre para los caminantes que transitaban el camino hacia Santiago de Compostela, la peregrina solicitó cobijo en aquella horrible noche. Pidió alojamiento entre los hogares de la villa, y lo pidió también a las puertas de la iglesia, sabedora de que el cura estaba dentro oyéndola.
Pero, inexplicablemente, nadie la socorrió. No se sabe si fue por algún tipo de superstición, o por ser judía, ¡¡¡o quién sabe el por qué…pero en mala hora…!!!
La peregrina siguió su camino, no sin antes echar una maldición sobre el pueblo al llegar al punto más alto del puente donde termina la población:
“¡CANFRANC, YO TE MALDIGO!
Decidimos dos de los soldados acudir a los gritos de auxilio para romper el maleficio de aquella zona, pero comprobemos que el peregrino era un soldado de la avanzadilla que se vio sorprendido por una violenta ventisca en la cima de aquel monte y que estaba perdido y aterrado entre la niebla, la historia acabó dándonos un abrazo con aquel soldado que habíamos confundido con el peregrino de una leyenda como hay tantas en esos parajes de los pirineos Oscenses.

sábado, 17 de abril de 2021

Honradez, nobleza y honestidad.

 





Según contaba mi padre, cada mañana al despuntar de aquellos inviernos de los sesenta los grifos solo desprendían gotas escarchadas, el agua del pilón donde se lavaban los mineros, estaba echo una piedra y el frio de la mañana congelaba todo vestigio de vida, el crudo invierno alemán acrecentaba aún más la añoranza de su tierra, de su mujer y sus hijos. Mi padre contaba que la precariedad y la miseria que el campo daba en aquellos años, años que lo obligaron a la emigración ya que mi pobre madre hacia milagros con el mísero sueldo que a él y cientos de jornaleros les pagaban en aquellos cortijos donde los señoritos engordaban a costa de que los trabajadores perdían la salud día a día. Mi madre hacia magia en sus cacerolas y era tan sensitiva en alimentarnos que se olvidaba de llenar su plato ella se comía el fondo de la perola, si es que quedaba algo y pese a las miserias y necesidades, a mi madre se la veía siempre risueña y cantarina mientras se ocupada de sus trabajos y menesteres .Cada mañana, seguía contado mi padre, al levantarse ojeaba la foto que tenía en la mesita, la tomaba en sus manos, y uno a uno nos besaba, nos acariciaba y como si la foto fuese humanamente real, nos apretaba con fuerza sobre su pecho, entonces era cuando habría los ojos y veía la realidad, y la realidad era un pozo minero, repleto de sombras, tinieblas y miedos, muchos miedos a los cuales no se pueden contener las lagrimas ni ese nudo que ahoga en la garganta el cual no te deja decir ni una sola palabra mientras poco a poco iba dejando atrás la diáfana luz y adentrándose a la incertidumbre y peligro en cuerpo y alma, el aire cada metro era más escaso y le costaba respirar mientras que el corazón le latía como los redobles de un tambor en un patíbulo, día a día se enfrentaban, el y sus compañeros a la muerte. Mi padre siempre guardo en su pecho, aquella foto que a diario al levantarse besaba y apretaba contra si, en su reverso el grabó a puño y letra, su nombre el nuestro y la dirección, quizas por si algún día el derrumbe de la mina lo pillase en la décima galería donde a diario se jugaba la vida con cientos de mineros, algunos de Jaén como él.

martes, 13 de abril de 2021

Jesús de los Descalzos

 


 

Hoy, sobre tu hombro

va adormecida la cruz,

y entre espinas y temblores,

ay Jesús de mis amores,

llora tu madre Dolores.

 

Hay Jesús de mis amores

quien pudiese se tu amigo,

y hacer el camino contigo,

para pagarte los favores

que un día tuviste conmigo.

 

Hoy, sobre tu hombro

va adormecido Jaén,

y entre vivas y flores

hay Jesús de mis amores

quien tuviese hoy los honores,

de ser hombro de tus dolores,

y pañuelo de tus sudores.

 

Miguel de la Torre Padilla



domingo, 11 de abril de 2021

Una de soldados Romanos

 





Fernando Lorite escribe.

Nicasio, ¿te acuerdas de la borrachera que cogiste siendo Soldado Romano, en la procesión de Nuestro Padre Jesús?

Fernando le preguntó “picándolo” un poco para que hablara de ello.

- Pero ¿cuál de ellas?...

En Jaén las centurias romanas que acompañaban a las imágenes en Semana Santa, tienen su más remoto antecedente en el año 1890, en que por vez primera desfilaron con el Santísimo Cristo de la Expiración siendo sus fundadores, entre otros, el señor Cobo Remedios, como jefe de la misma, Tomas y Ramon Cobo Anguita, Sotero Padin, Andrés Domínguez, Doroteo Castaño y Jaime Roselló. Ensayaban en el carril, al pie del Castillo o en el Cantón de Jesús. Tras la guerra civil aparecen nuevamente en el 1943, los Soldados Romanos a caballo y a pie, así como las trompetas y tambores del Batallón Ciclista y del Frente de Juventudes.

Nuestro hombre, llegada la Semana Santa, cogía su traje de soldado romano y, trompeta en ristre, marchaba a la <<Posada de la Parra>> ya desaparecida- en donde diariamente durante siete días debía de encontrase con sus compañeros “romanos” y tras su copita de aguardiente, cogía de las bridas aquellos viejos caballos y ¡hala!, a la procesión, de turno.

Recuerdo un año- continúo diciendo el <<ministro>>- que como mis borracheras eran casi diarias Chaves, mi capitán me iba a castigar sin salir en la procesión de Jesús, pero se encontró que no tenía quien me sustituyera y no tuvo más remedio que llevarme en la procesión, eso sí, previamente había tomado sus precauciones y me fui con él a dormir a su casa para evitar la borrachera. A las tres de la mañana ya estábamos en la <<Posada de la Parra>>. Así de sereno comencé la procesión y así lleguemos hasta la mismísima Plaza de las Palmeras anta la puerta de la Delegación de Hacienda. En ese momento se acercó mi mujer con un puchero hirviendo de café caliente y le pidió permiso a Chaves. Me tomé lo que mi mujer me había llevado y a los diez minutos, antes de llegas a las puertas del <<Ideal>> Bar que estaba en los bajos del Teatro Cervantes- igualmente demolido-, tenía una borrachera como un piano, porque mi mujer lo que me había dado era un puchero de vino caliente que yo aproveché mojándolo con un ochio.

¡Para que te voy a contar como se puso el Chaves ¡- El Ministro termino su relato muerto de risa-

viernes, 9 de abril de 2021

Sentimiento.


 

¡Que bonitos son los jardines

qué hay en la Alameda ¡

¡Pero más bonita es la Virgen

del barrio de la Magdalena ¡

 

Ante Ella rezo yo.

Ante Ella rezó mi madre.

Ante Ella rezan mis hijos,

y rezó, la madre de mi padre.

 

¡Que bonitos son los barcones

repletos de blancas azucenas,

por donde dolido pasa el Cristo,

y llorosa María Magdalena ¡

 

Ante ellos rezó la abuela,

mirando al crucificado,

repleto de clavos y espinas,

y su herida en el costado.

 

¡Qué bonito se ve el castillo

entre pinos, almenas y su cruz ¡

¡pero más bonita es la Magdalena,

con su plaza, su Nazareno y su luz ¡

 

Miguel de la Torre Padilla.

El cementerio de San Eufrasio.


 El cementerio de San Eufrasio.

Recuerdo que quedé con Pablo para bajar unos días antes de los Santos al cementerio viejo, donde estaban enterrados sus padres y su abuela. También están mis abuelos maternos. Al llegar al cementerio dejamos el coche aparcado cerca de unos puestos de flores y le insistí a Pablo de comprar algunas, a lo que Pablo me dijo que los muertos ya no necesitan ni flores ni regalos, lo único que necesitan es que los dejemos en paz.
Al entrar al primer patio del cementerio, Pablo se quitó el sombrero con la misma cadencia que tenía al andar, añadiendo que es por respeto y confesándome que quizás llevase más de cuarenta años sin pisar el cementerio de San Eufrasio; pero que recordaba que en ese mismo patio estaba la tumba de Juanito Tirado el torero, que fue amigo de su familia y al que, a petición mía, le hicimos una visita.
—¡Este hombre llevó el nombre de Jaén por las Plazas donde toreaba! —exclamó Pablo, al ver el mal estado de conservación— Desde luego, qué mano negra tendremos en Jaén, que en vez de conservar... ¡Venga… A destruir!
»Mira, Miguelillo, aquella tumba con flores marchitas… esas flores, estoy seguro, el año que viene seguirán ahí… ¡Bueno! —Añadió con resolución— Nosotros a lo nuestro, que se nos va a hacer tarde.
Anduvimos por varios patios del cementerio, hasta llegar al lugar donde descansan mis abuelos. Estaba separado por una valla metálica y me llené de indignación, al no poder aproximarme y adecentarlo como cada año suelo hacer. La dejadez y la falta de mantenimiento por parte del Ayuntamiento, hace que la ruina y la inestabilidad de los nichos no permitan acercarse por miedo a desprendimientos y al colapso de las estructuras.
Dejando el patio de mis abuelos anduvimos por otros, en los que Pablo se limitaba a mirar en las lapidas las fechas de los fallecimientos.
—Mira —decía—, ése del 43… ése del 39… éste del 25… Y así, hasta llegar al patio donde se encuentran los enterrados en tierra.
—Mira, la tierra donde habitan los cuerpos sin alma… —dijo Pablo, abarcando con triste mirada el amplio y embarrado terreno, lleno de hierbajos y pequeñas ondulaciones— Entre tanta dejadez deben de estar mis padres, mis abuelos y mis demás antepasados.
Esa mañana las lágrimas le caían por el rostro y se traducían en palabras nunca dichas.
Palabras que se agolpaban en su garganta, imposibilitado por la pena para darles libertad. Recordaba el borroso pasado y los momentos cumbres de tiempos ya muy lejanos. Después de deambular un buen rato entre tumbas, tierra y barro, que manchaban los bajos de los pantalones, a Pablo se le veía más hundido que nunca, cavilando sobre la injusta vida y la necesaria muerte.
Mientras, impresionado por tanto abandono, me vino a la memoria los dos versos de Gustavo Adolfo Bécquer:
“¡Dios mío, qué sólos
se quedan los muertos!”
—La verdad es que ya no sé dónde están mis padres… —dijo con voz débil— Esto parece un campo de patatas recién arado… ¡Vámonos de aquí! —Y añadió, murmurando, algo que no pude entender.
Pablo me miró con los ojos enrojecidos y con expresión de tan infinita pena, que sentí un impulso de piedad y le abracé con fuerza, intentando insuflarle un poco de consuelo.
—¡Qué pena, Miguelillo!... ¡Qué pena!
Aquel hombre, tan fuerte en su fuero interno, de repente envejeció diez años.
De regreso caminamos por el pasillo central y comprobamos la cantidad de zonas valladas, la cantidad de pabellones abandonados, con los tejados hundidos y apuntalados. A pesar de tantos años abandonado, aún tiene olor a muerte y, para ser sincero, la muerte no tiene un olor tan rancio, como el que tiene el cementerio de San Eufrasio.
Pablo, a pesar de ser un mal cristiano, me pidió entrar en la capilla a poner algunas velas por los difuntos y, nada más entrar, aprecié que había desaparecido el Cristo de la Sangre, que presidia la capilla de dicho cementerio.
Me quedé fijo mirando a Pablo, que permaneció por un momento traspuesto allí sentado, con su sombrero, su bastón, su pañuelo, sus lágrimas y su tristeza y, alzando la vista, me dijo:
—Miguelillo… ¡Fíjate si hay ruina y tristeza en este sitio, que hasta Dios se ha ido de aquí!
De mi libro. Páginas de una vida.

miércoles, 7 de abril de 2021

Jaén solo hay una

 



Bendita sea la cruz

que altanera se alza,

y al castillo lo realza

en esta ciudad de radiante luz.

 

Y Jaén rendido y postrado,

a los pies de su hermoso castillo,

sol, Luna, plata y brillo

de esta tierra, noble y leal.

 

Y orgullosa la Catedral se planta

ante la mirada aceitunada,

de mar de verde olivar

que la hace bella y señorial.

 

Y tú, mi sufrido  Jaén,

el que venera al “Abuelo”,

el que clama y pide al cielo,

con palabras de hondo consuelo.

 

Y por tus calles pasea la sonrisa

de la mujer que hermosa camina,

ante los rayos y radiante luz

y la brisa llegada de Jabalcuz.

 

Orgullosa platea la luna,

y orgulloso llega el amanecer,

que entre nubes llega el atardecer.

Que hace a Jaén resplandecer.

 

Miguel de la Torre Padilla

martes, 6 de abril de 2021

La espadaña de San Andrés

 

 

El sol derrama su fuego

haciendo la tarde muy larga,

que muere entre las tejas

y el pico de la, espadaña.

 

Imponente repica su campana

dejando las horas pasar,

y entre las grietas y rendijas

el sol quiere penetrar.

 

Los pájaros anidan en sus piedras

guardianes de tanto esplendor,

y la cal pinta de blanco

la capilla del discípulo de Dios.

 

La tarde muere en silencio

y la luna comienza a despuntar

dejando la sombra de la espadaña

en el aliento de esta ciudad.




Miguel de la Torre Padilla


Alfonso

 


Él vivía en una habitación arrendada de la calle Alcalá Wenceslada, yo trabajaba justamente enfrente de aquella vieja casa de vecinos en una carpintería donde solía acudir este señor a por recortes de madera para alimentar una pequeña chimenea que había en la cocina de aquel caserón.

Alfonso era un anciano que llegó procedente de Barcelona sin mas pertenencias que una vieja maleta repleta de fotografías y recuerdos, muchos recuerdos, la mayoría los traía guardados en su mente.

Cada mañana lo veía caminando despacito, muy despacito apoyando su vida y su alma en un bastón tan viejo como él, se dirigía al poyete del casino artesano de la calle Maestra, donde cada día quedaba con algunos conocidos, allí se sentaba y abrigado por su vieja cazadora y los rayos del sol, cobijándose del frío, siempre hablaban de añoranzas y hazañas y tiempos que ya nunca volverán jamás.

Aquel día Alfonso reveló a sus compañeros de tertulia que hubo un tiempo que la confusión y la juventud lo llevó a alistarse en el ejército y la guerra le pilló haciendo el servicio militar en África en la misma columna que capitaneaba el generalísimo, de quien hablaba con orgullo, satisfacción y reconocimiento.

Contaba que el general, al verle tan poquita cosa, porque además de joven era más bien pequeño, le tomó cariño lo recogió como a un hijo y así empezó a llamarlo, según Alfonso cuando el generalísimo lo necesitaba le decía:

-Hijo ven aquí.

Comentaba que a su llegada al cuartel le dieron un fusil el clásico mosquetón “Máuser 1893” pero resultó que el fusil era más grande que él y su manejo le era tan complejo debido a su estatura que Franco viendo que él no podía con aquel artilugio se sacó de la cartuchera su propia pistola y le dijo.

-Toma hijo, desde hoy tú llevaras pistola y serás el cornetín de mis órdenes.

Alfonso también era asiduo del bar Ezequiel en la calle Alcalá Wenceslada y cuando se tomaba cuatro chatos balbuceaba solo y hablaba siempre con ella, la mujer con la que compartió casi toda su vida, aunque lo dejó cuando él tomó la decisión de regresar a Jaén, nunca se lo perdonaría. no entendía porque le dejo sabiendo todo lo que la necesitaba y las pocas veces que se lo dijo, se arrepentía de tantas cosas. que llegó a pensar que este era el castigo recibido por esos olvidos, el castigo de esa soledad que ahora le acompañaba a todas partes, pero a su lado ella caminaba. dormía. vivía. Para él, sólo era una ausencia física, su mente nunca acepto esa distancia, tenía la certeza de que sus hijos la convencieran y pronto correría a su lado para jamás separarse, ¡pero le asustaba ese tiempo mientras se producía el deseado encuentro! ¡podían pasar tantas. cosas! Ya que él estaba muy mayor y delicado.

Cuando hablaba de sus hazañas se le soltaba la legua y presumía que él fue el que llevo la orden de Franco cuando destituyo al capitán Manuel Diaz Criado que había fusilado a un amigo del General Mola, en más de una ocasión bromeó diciendo que el mandaba en el batallón más que Franco, porque, hasta que él no tocaba una orden, no se ejecutaba.

Alfonso todos los sábados se acercaba al taller con un saco de esparto para que se lo llenásemos de retales y virutas para encender la chimenea mientras aquello sucedía el sacaba a relucir su catálogo de multitud de recuerdos y anécdotas que se agolpaban en su memoria de aquellos años que nos contó una y otra vez y que nosotros, bromeando, llamábamos las batallitas del abuelo Alfonso., al que cariñosamente llamábamos “El Yayo”

Pobre hombre, mientras caminaba observaba la lentitud de sus pasos y se daba cuenta como sus piernas a cada momento eran más incapaces de sostenerle, sus manos temblorosas ya casi no podía controlarlas, sentía la frustración de llegar casi siempre tarde al baño, no podía entender como había podido llegar a ese deterioro en tan poco tiempo, y sus ojos se humedecían, y con ese temblor que ya casi no podía controlar. sacaba un pañuelo de su bolsillo y como podía los limpiaba torpemente.

Miguel de la Torre Padilla



lunes, 5 de abril de 2021

El amor a los animales

 


El corazón, el amor y el cariño hacia los animales no tienen fronteras ni conoce idiomas ni distingue a una persona de otra.
El otro día me encontré con mi amigo Manolo que iba por la calle Los Álamos en bicicleta, creo que llevábamos un par de años sin vernos y mirar que Jaén es pequeño, pero ni por esas, nos entretuvimos en tomarnos un café y charlar sobre nuestras cosas, lo normal, la familia, la salud, el trabajo etc.
Me llamó la atención su bicicleta, y más que su bicicleta me llamo la atención la marca, “Caloi”. Una bicicleta de los años setenta y al preguntarle por ella me dijo que la había comprado muy recientemente a un alemán que estaba haciendo turismo barato y necesitaba dinero y se la vendió por cien euros. Mi amigo me contó que dicho extranjero al llegar a Jaén se encontró con un perro callejero abandonado en bastante mal estado, con un bulto tremendo en el cuello, ni corto ni perezoso el extranjero cogió el perro, buscó un veterinario para que lo viese, y este le dijo que el animal estaba bastante mal y que si no se le operaba de urgencia moriría muy pronto. El muchacho le dijo que lo operara cuanto antes y preguntó cuál sería el importe de la factura, se quedó helado, a él no le llegaba el dinero que tenía para pagarle al veterinario sus honorarios, y que desesperado tomó una gran decisión, cogió un cartón ya que no había tiempo que perder Y escribió que vendía su bicicleta por motivos personales, en aquel momento el pasó pregunto precio y motivo, el joven le explico y Manolo sin necesitar una bicicleta se la compro.
Manolo me dijo que el muchacho alemán aún está en la calle San Clemente con el perro pidiendo para poder seguir su marcha. Supongo que rumbo a Alemania.

Pasa llorando la Estrella

Con su rostro de pureza
y bajo el reflejo de la luna,
pasa llorando la Estrella
por estas calles morunas.

Rozando pasa la esquina
entre las luces que brillan,
y los luceros sobre su canastilla
dan luz a tan bella mejilla. 

Y cuando el clamor reluce 
convirtiéndose en amor,
con sufrimiento y dolor,
pasa llorando la Estrella. 

Pasa buscando la plazuela 
entre la luz y la sombra,
donde un quejido se desborda, 
entrada la madrugada. 

Y la plaza se llena de llanto 
mirando al moreno redentor, 
que llega al compás del tambor,
buscando refugio en su manto. 

 Miguel de la Torre Padilla