Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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lunes, 8 de enero de 2018

La pistola




Esto que a continuación cuento, no recuerdo si lo viví o lo soñé o hay una mezcla de ambas cosas.
De niño fui monaguillo, uno de esos pillines que abría la alacena para meter el hocico en la botella del vino, ¡madre mía qué lingotazos le pegábamos a la botella! En unos de los rincones de la parroquia, los monaguillos teníamos una caja de zapatos con una pareja de ratones blancos, muy usual en aquellos años, una tarde al llegar nos dimos cuenta que los ratones habían desaparecido, agujerearon la caja y desaparecieron. 
Mi Parroquia tenía un altar con un crucificado, un nazareno y una dolorosa, también tenía un Cristo preso y entre varios santos, una santa que le daba nombre a la Parroquia y al barrio. 
En aquellos años la Parroquia estaba algo diferente a hoy, tenía pulpito donde el cura se subía a dar las charlas o sermones, y la sacristía en otra ubicación diferente a la de hoy en día y todo estaba mucho más viejo a conforme está actualmente. 
En cierta ocasión el cura párroco andaba desesperado, en la Parroquia habían comenzado a deambular una serie de incómodos ratoncillos que aparecían en cualquier sitio o lugar en los momentos más inoportunos. El pobre no sabía qué hacer, había probado a poner pequeñas cantidades de raticida que compró en la droguería del barrio. Pero todos sus esfuerzos habían resultado inútiles. Los ratones surgían en cualquier momento y a cualquier hora.
Sentado en su mesa de la sacristía el cura se llevaba constante mente las manos a la cabeza 
-No sé qué hacer, me tienen los ratones muy cabreado.
Los fieles que acudían a la parroquia comenzaron a sufrir tantos sobresaltos encadenados que la asistencia descendió a niveles insospechados. Abatido y sin soluciones humanas, el cura decidió acudir al obispo para contarle la terrible desgracia que asolaba a su Parroquia. El obispo, con una sonrisa paternal, le sugirió que avisase al cualquier albañil del barrio ya que era un barrio obrero y tapase los agujeros de toda la Parroquia y sobre todo de la sacristía. Y el párroco marchó con la convicción de haber hallado la respuesta al problema. 
Pero al cabo de algunas semanas tuvo que volver a visitar al obispo el cual le dijo que la semana que viene pasará por la Parroquia para dar alguna solución más eficaz.
La visita del obispo no tardó en hacerse y aquella misma tarde el cura y los tres monaguillos estuvimos haciendo limpieza en la sacristía. 
De repente el cura me llamó y me dijo:
-Toma esta bolsa y escóndela mientras viene el obispo y que nadie la vea>> me dio una bolsa de tela con algo dentro yo creía que era un zapato.
Justamente por debajo de la parroquia había una casa derrumbada por donde corría un pequeño arroyo de agua y una cueva que daba al patio de un colegio. Allá al fondo de la cueva escondí la bolsa de tela, y cosa de niño, primero abrí la bolsa para mirar lo que escondía,
-Madre mía, una pistola de verdad .
Me senté en una piedra y la trastee durante un buen rato, le saque el cargador que por cierto estaba vacío, y dispare todo lo que pude, no recuerdo a que disparaba pero sí que recuerdo que decía: Muérete, muérete. 
Asustado levanté algunas piedras y escondí la bolsa debajo de ellas, después en vez de regresar a la parroquia me fui a mi casa.
A los pocos días estando en la escuela me llamaron a dirección y mi sorpresa fue que estaba el señor cura en el despacho del director:
-¿Que te pasó que no volviste a la parroquia?
-Es que me puse malo.
Era la excusa que antes se usaba para una justificación:
-Bueno, ¿dónde está eso?>> pregunto el cura.
-La tengo escondida en la cueva
Se levantó de un salto y dijo:
- ¿Qué hiciste? ¿Mirar lo que había dentro? 
-Sabes que tienes un pecado que nadie te quitará.
 En aquel momento me eché a llorar y cogiéndome de una oreja me dijo:
-Ahora mismo me vas a llevar a esa cueva y desgraciado de ti como no esté la bolsa allí.
A la cueva se entraba por uno de los patios del colegio, el ascenso era a través de un pequeño charco de agua y unas matas de juncos, nos pusimos los zapatos llenos de barro y Don….se puso los bajos de la sotana hechos una mierda, constantemente me insistía:
-Te la deberías de haber llevado a tu casa, mira como me estoy poniendo.
La verdad que ya no me acordaba exactamente en qué lugar de la cueva la escondí y aparte alguien había encendido una lumbre precisamente en el lugar que yo creía haber ocultado la bolsa, revolvimos todos y no encontremos nada, me cogió fuertemente del brazo y me dijo 
-Como no aparezca la bolsa tu padre ira a la cárcel.
En aquel momento pegué un estirón y salí corriendo, estuve algunos días haciendo la rabona en el colegio y dándole de lado al cura cuando lo veía.
Poco a poco aquello se olvidó la cueva, la derrumbaron para hacer una casa y una calle nueva, quedando una historia oculta. Luego me enteré que esa cueva había sido un horno árabe o romano.

4 comentarios:

  1. ¡Menudo chasco te llevaste Miguel!
    Y el cura, no te digo ná... jajajaja
    Muy buen relato.
    ¡Gracias por compartir!
    MarinaDuende

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  2. Vaya historia tan extraña y ese cura me parece un irresponsable por mandar ocultar a un niño un arma algo que tenía que haber hecho él mismo.......y sobre los ratoncillos me parece que mucha "culpa" la tuvieron los monaguillos con esa pareja de ratones blancos que se les escaparon:-) Saludos

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  3. Un placer volver a leer tus entrañables historias, Miguel, yo también fui monaguillo y por eso este relato se he ha hecho muy familiar ya que viví historias similares.

    Te deseo un buen año 2018,

    Abrazos.

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