Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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sábado, 12 de junio de 2021

La procesión.



Aquella noche de Jueves Santo desde cualquier rincón de Jaén se escuchaba los lamentos de las trompetas y el sonido ronco de los tambores, Ramón con su cartón de vino bajo el brazo caminaba por una de aquellas calles estrechas que van desde el casco antiguo al centro de la ciudad. En aquellos momentos algunas gotas de agua comenzaban a caer tímidamente, mientras a lo lejos alguien cantando una saeta se ganaba el silencio con su peculiar quejío. Ramón, cerrando los ojos, imaginó ver un barcón repleto de macetas y en el centro con su pelo totalmente blanco a Manuel su amigo, saetero y cantaor flamenco de su pueblo.
Los goterones de agua lo despertaron de aquel sueño, mientras comenzaban a aumentar su tamaño hasta el punto de tener que buscar un refugio.
Hizo un pequeño alto en un portal entreabierto para evitar quedar empapado, y abriendo su cartón de vino le dio un buen trago. Luego, eructó, y aprovechando la oscuridad de la noche, la lluvia y soledad de la calle, en el mismo portal se puso a orinar, acto seguido prosiguió su camino calle adelante.
Ramón aquel día había estado en el cuchitril de uno de sus compañeros de miserias, pariente de su fallecida mujer. Bartolo que a si se llamaba aquel hombre el cual hacía unos días había sufrido una agresión por parte de algunos niñatos que se saciaron sin escrúpulos de él, al verlo harapiento y mendigando.
En la esquina de un supermercado, Ramón se detuvo para rebuscar en el contenedor de los cartones y cogiendo un puñado de periódicos, los metió en una de las bolsas que llevaba para ojearlos en un momento de tranquilidad, a pesar de su mala suerte, su pobreza y miseria, Ramon era un hombre educado y culto.
En un rincón de la vieja nave donde solía convivir con otros indigentes se acurrucó entre cartones, prendió mecha a algunos leños, le dio un trago al cartón del vino, y poniéndose unas viejas gafas comenzó a ojear a la luz de la candela algunos periódicos de los que había recogido.
En una de las páginas hizo un alto en algo que le llamo la atención, con paciencia se entretuvo leyendo un artículo que le hizo olvidar por un momento a su compañero, la paliza que le habían dado y con los dientes apretados, maldijo a los hombres que con tampoco escrúpulos habían secuestrado y asesinado a una joven de quince años.
Ramón abrió nuevamente el cartón del vino le dio un buen trago, eructó de nuevo y cerrando los ojos procuro olvidar aquel artículo tratando de dormir.
Muy cerca de Ramón otro indigente dormía y sollozaba, Ramón tímidamente lo llamó tres o cuatro veces hasta que despertó.
- ¿Qué quieres amigo?
-Quiero que dejes de sollozar, no consigo conciliar el sueño.
-No puedo Ramón, no puedo.
Qué te pasa dime, le dijo Ramón con gesto de preocupación.
- Son cosas mías.
Y haciendo una ventosidad mientras balbuceaba con la voz rota, de taberna le comentó a Ramón lo sucedido el día que acababa de terminar.
Estoy triste amigo, muy triste, esta mañana estuve toda ella exhibiéndome por cuatro chavos a los turistas que visitaban los Baños Árabes, después de comer en San Roque me fui a la Plaza de San Idelfonso con la intención de ver la procesión de los civiles, ya sabes tú que me gustan esas cosas, ver desfilar los civiles con su tricornio su bigote sus trajes de gala, sus caballos, las mantillas, con sus rosarios, sus vestido, zapatos y medias negras. Pero en un santiamén me quede durmiendo en un rincón, entonces fue cuando me despertaron dos jóvenes extranjeros, querían hacerme unas fotos y una entrevista para una TV de su país los muy sinvergüenzas, querían ponerme de ejemplo de como se vive en España, y como se derrocha el dinero en jarras y flores para los santos, mientras la gente como nosotros vivimos en la miseria.
Menuda ignorancia la de esa gente de la TV, le respondió Ramón alzando un poco la voz, si no fuese por la iglesia, Caritas y los comedores sociales haber donde cojones íbamos a ir los pobres como nosotros a vestirnos, asearnos o comer a diario.

1 comentario:

  1. Un relato muy triste, nadie debería de pasar por semejante penuria, es muy injusto y cruel.Saludos

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