Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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domingo, 20 de junio de 2021

El trovador de San Juan de Dios



Recuerdo que siendo niño de ocho o diez años, mi abuela Dolores vivía en la calle Magdalena baja en una casona vieja, muy vieja, tan vieja que daba miedo entrar en ella, según se contaba en sus tiempos fue una cabreriza que se adaptó a vivienda en tiempos de la guerra civil, también se contaba que anterior a la cabreriza fue la vivienda de una familia acomodada, que por circustancias de la vida tuvieron que emigrar y la vivienda pasó a ser propiedad de un cabrero que la convirtió en cabreriza.

En aquella casona vieja alguna tarde que otra se reunían en tertulias aparte de mi abuela Dolores, Paca vecina de la planta superior, Angelita la nuera de Paca, Juanita la mujer del “picante”, Dolores la rubia, Carmen la madre de Pepe chocolate y Manolillo hermano de Paca.
Aquel día me llamó la atención porque Manolillo solamente contaba chistes y chascarrillos graciosos, se le conocía como un hombre simpático aparentemente sin problemas, aunque el pobre los tenía, Manolillo vivía en el hueco de las escaleras, esa era su carta de presentación.
Perfectamente recuerdo que mi abuela aquella tarde trajo un cartucho repleto de boquerones fritos que habían sobrado en la escuela donde ella trabajaba de cocinera, mi abuela era la cocinera del colegio de San Agustín.

La tertulia comenzó cuando mi abuela puso sobre la mesa el cartucho de boquerones y con un simple podéis coger comenzó aquella tertulia.
Aquel día Manolillo sacó a relucir una leyenda que su padre le había contado precisamente de aquella casa donde en esos momentos se encontraban reunidos.

Después del atracón de boquerones Manolillo comenzó a relatar que su padre le había contado en cierta ocasión que en aquella casa de la Magdalena Baja vivía en antaño una familia acomodada, donde el era escribiente de una prestigiosa notaría, ella maestra escuela, aquel matrimonio tenían una hija adolescente con unos hermosos y grandes ojos y un cabello largo y negro como el azabache.
Se contaba por todo Jaén de la belleza de aquella muchacha a la que rondaba un apuesto joven que a diario subía desde las Bernardas con su bandurria a tocarle y cantarle hermosas serenatas.

Manolillo después de hacer un alto para darle un buen trago a la bota de vino prosiguió con su relato y contó que los padres de aquella muchacha que por cierto se llamaba Salomé, vieron que ella correspondía asomándose a la ventana de la casa para escuchar las serenatas de aquel misterioso joven que ponía la calle de bote en bote, hasta que un día decidieron llevársela a Madrid para internarla en un convento para evitar la presencia de aquel trovador enamorado de su hija. Salomé en el convento sufrió una gran depresión por la falta de su trovador nocturno a tal extremo que dejo de comer, esto la llevó a enfermarse y los padres tuvieron que ir y traerse del convento a la hija.

Con intención de recuperarla de su enfermedad la ingresaron en el Hospital de San Juan de Dios donde Salomé murió de amor y tristeza.
Aquella triste noticia llegó a los oídos de aquel trovador que la mayoría de las noches deambulaba por la Magdalena y llegaba hasta el hospital de San Juan de Dios para entonar una serenata de despedida, una canción tan triste que aun conmueve y hace llorar a todos los que la escuchar por los pasillos de aquel hospital hoy convertido en archivo.


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