Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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lunes, 30 de octubre de 2017

Recordando a Pablo.




Hace un par de años en la tarde noche de Todos los Santos, bajamos a la residencia para hacer una visita a Pablo.
En un momento de aquella visita, una de las señoritas encargadas de cuidar a los ancianos propuso que siendo la Noche de Todos los Santos, que si alguien quería contar una historia de miedo que podía hacerlo, ya que a todos nos encantaría. Pablo levantó la mano y la señorita le replicó: - ¿Usted quiere contar alguna?; Pablo le dijo que sí pero que era una historia real, la señorita le contestó: - Pues mucho mejor, esas son las más interesantes, adelante Pablo no tenga miedo. Pablo le contestó: Yo miedo no tengo, miedo tenía mi abuela el día que me la contó.
Pablo comenzó diciendo que siendo su abuela joven un hombre llego el cortijo pidiendo auxilio pasada la media noche, una noche de lluvia y viento, una noche sin luna, donde los arboles agitaban sus ramajes como queriendo atraparte, aquel hombre llego a la puerta dando golpes de desesperación, el padre de mi abuela cogió el candil quito la retranca y abrió la puerta, en aquel momento un hombre alto y recio se derrumbó a sus pies pidiendo clemencia.
Pablo siguió contando que el padre de su abuela lo invito a pasar dentro de la casa donde lo atendieron y limpiaron las heridas que traía en el rostro y cuello. El hombre les conto que era un escribiente llegado de Madrid y andaba buscando a una familia para darle unos papeles referentes a una herencia, el hombre les conto que estaba acostumbrado a pasar las noches a la intemperie y casi siempre cabalgo en solitario por los campos de toda España y nunca el frio ni el calor lo había detenido, aunque esa noche era diferente, el frío, la lluvia y el viento de aquellos parajes de “Barranco Hondo” le hacían temblar las piernas sobre su cabalgadura, al punto que comenzó a buscar un refugio donde pasar la noche y rogaba al cielo que le diera una señal, algo que lo guiara dado que la llovizna amenazaba con transformarse en un diluvio perfecto y en ese momento se sintió un poco desorientado. Por su mente pasaban imágenes sombrías, el tiempo por momentos parecía detenerse, y en un esfuerzo por mantener su cordura, toda su atención se dirigía al camino. Pensaba muy bien cada paso, sin detenerse fijó un rumbo y de manera decidida dirigía su montura hacia un punto donde su instinto de supervivencia lo dirigía.
Aquel hombre buscaba un cortijo en concreto en el paraje de “Barranco Hondo”, cuando creyó oír un llanto lejano, un llanto sobrenatural, que le hizo crispar los pelos de la nuca, era un llanto desgarrador de un niño que se escuchaba a lo lejos. Su caballo al parecer recibiendo el nerviosismo involuntario de aquel hombre, emitió un relincho largo y agudo y por un momento que pareció eterno, se escuchó de fondo un trueno ronco y grave que pareció estremecer la tierra a varios kilómetros a la redonda,.
El hombre acostumbrado a la soledad y las inclemencias del clima se repuso de su temor instintivo, ese temor que más que miedo era una señal que despertaba todo su instinto de supervivencia y que más de una vez le había salvado la vida, como aquél día que de un sobresalto había logrado esquivar el asalto de un lobo hambriento, que se había acercado mientras dormía la siesta al calor abrazador de un verano seco e implacable, en los campos de Castilla.
Volviendo a nuestro relato, una vez repuesto de esa sensación fría y recelosa, encamino su caballo hacia el lugar que había escuchado el llanto y vislumbro a unos cientos de metros una casa en ruinas. Mientras se acercaba por momentos creía escuchar ese llanto que hace instantes había creído oír, y otras veces solo se escuchaba el sonido sordo de la llovizna interrumpida solo por las ráfagas constantes del viento helado que castigaba toda aquella zona.
A medida que se acercaba podía ver en más detalle esa casa en ruinas. Decir casa era demasiado, era un cortijo casi deshecho, desvencijado sin puertas y con un techo de adobe caído hecho jirones, se podría haber adivinado que algo había sucedido en ese cortijo, tenía vestigios de haber sido presa de algún incendio sofocado casi a tiempo, pero que había dejado marcas en las paredes, el fuego no había alcanzado a consumir la totalidad de la precaria vivienda, pero le había dejado grandes rastros de su paso, una negrura permanente en las paredes casi deshechas.
Estando a unos pocos metros de la casa, el viento repentinamente se detuvo, dejando el sonido una vez más, sordo de la llovizna que caía plácidamente.
Con el silencio ya arraigado, se pudo escuchar el llanto en cuestión, ¡Sí! Era real, era un llanto de un niño pequeño. El hombre ya estaba convencido que no lo había imaginado, se acercó casi al galope, descendió de su montura y se adentró en ese cortijo en ruinas.
Cuando atravesó lo que habría sido una puerta el llanto paró, tuvo que detenerse para intentar descifrar de donde había venido. Fue entonces que grito:
¿Hay alguien ahí? – y nuevamente – ¿Quién vive en esta casa? -.
Pero el silenció reinó durante varios segundos infinitos.
Comenzó a moverse por entre los escombros, no podía pensar en otra cosa más que ese lugar no era un lugar para pasar la noche, tampoco era un lugar adecuado para estar con un niño. Las paredes parecían sostenerse solo por una fuerza débil invisible que de alguna manera hacía que el cortijo no se derrumbara con el movimiento del viento que hasta hace instantes parecía furioso y helado, decidió explorar y comenzó a moverse para buscar en las otras habitaciones, cuando de repente escuchó muy vívido el llanto nuevamente, en una habitación contigua.
Corrió desenfrenado y lo encontró… en un rincón oscuro y protegido de alguna forma por un pedazo de techo aún intacto, una canasta con un niño bien envuelto.
Estaba solo, solo e indefenso en esa canasta bien ataviada, y bien cubierta, alguien debía estar ahí con ese niño! Quién sería el insensato que lo había dejado allí. Volvió a gritar esta vez con más fuerza: ¿Dónde estás? ¿Quién está con este niño? Lo repitió un par de veces con fuerza, pero nadie respondió.
Se apresuró a levantarlo de la canasta para cerciorarse que estuviera bien.
El niño de aproximadamente un año de edad tenía cabellos dorados y estaba con las mejillas rojas de tanto llorar, con los ojitos llenos de lágrimas y con carita de desesperación, pero en cuanto lo vio, cambio su llanto, esta vez un llanto lastimoso, como buscando un consuelo en el calor de otra persona.
Lo acunó contra su pecho, todavía conservaba el calor ese cuerpito que quién sabe desde qué hora estaba solo, había luchado bastante con su atavío porque su ropita estaba un poco desordenada, pero estaba bien.
El instinto paternal del hombre, que sabía lo que significaba el calor de un niño contra su pecho, pues era padre de 2 hijos, lo hizo abrazar con fuerza y ternura a esa pequeña criatura abandonada.
Comenzó a pensar que haría, que hacer en esa situación, el niño que había mutado su llanto ya casi no lloraba, y ahora lo miraba con curiosidad y jugaba con su bufanda.
Mientras lo tenía en brazos habló en voz alta: ¿Quién es tu padre o tu madre? ¿Que ser tan insensato te ha dejado abandonado en esta ruina? ¡Y con este frío! ¿Quién puede abandonar a su suerte a este niño tan pequeño?
No alcanzó a terminar la frase, cuando el niño en sus brazos mutando de una manera horrenda y diabólica le clavó las uñas en el rostro, con una voz maléfica le respondió: ¡¡¡Si soy pequeño, pero tengo estas garras para clavarte!!! Lanzando una risa diabólica que retumbó en las paredes marchitas de todo el cortijo, mientras hacía un intento frenético por continuar desgarrando la piel del cuello y la cara de aquel hombre, proponiéndole además un abrazo maldito con unos brazos deformes y retorcidos.
El hombre apoderado de un miedo atroz sacó fuerzas y logró desprenderse de aquel abrazo infernal que le proponía la pequeña bestia. Logró arrojarlo a unos metros de distancia y con el rabillo del ojo alcanzó a ver cómo el engendro mientras caía se transformaba en un bulto de harapos podridos y secos, mientras la risa diabólica aún se escuchaba retumbando en las paredes del lugar.
Corrió por su vida hacia su montura, su fiel montura que lo esperó paciente aunque asustado de los ruidos del lugar. De un salto ya estaba galopando bajo la lluvia y bajo el viento helado que volvió a arrasar con el lugar.
El hombre corrió y corrió hasta llegar a la puerta de mi bisabuelo donde a base de golpes llamo pidiendo auxilio.
En ese preciso momento la señorita interrumpió a Pablo diciéndole que se había echado la hora de la cena encima y que otro día seguiría contando su escalofriante historia.

1 comentario:

  1. Pues me he quedado con las ganas de saber la historia completa.Saludos

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