Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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jueves, 12 de mayo de 2022

Pedro el rubio

 


El Martes Santo por la mañana me animé y subí por mi barrio de la Magdalena, frente a una casa en ruinas, pasada la Cuesta de San Miguel, me encontré con un señor apoyado en un bastón que me llamo incluso por mi nombre.

 

 Me sorprendí bastante porque era una especie de apodo que me asignó un profesor que tuve para abreviar mi nombre y apellido.

El profesor me bautizó con el apodo de Miguelato.

 

¡Ehhh Miguelato!

 

Aquello de Miguelato llevaba más de cincuenta años sin oírlo, incluso lo tenía casi olvidado. La verdad que no reconocí a ese señor hasta que él me dijo quién era.

 

 Me dijo que era Pedro y habíamos estado en el colegio juntos hasta los doce o trece años, después sus padres se fueron a Holanda a trabajar y él se tuvo que ir a Martos con su abuela, lo perdí de vista hasta el otro día que lo vi muy, pero que muy mayor y deteriorado.

 

Me comentó que él llevaba casi cincuenta años en Holanda y había venido solamente dos veces a Jaén, concretamente a Martos donde aún tenía algunos primos, pero nunca más habia vuelto a la Magdalena y ahora que estaba de nuevo por Martos se animó a visitar el barrio, su escuela y sobre todo su casa, aquella casa donde fue muy feliz viviendo con sus padres y hermanos.

 

Pedro me contó que a los pocos meses de irse con su abuela a Martos, ella falleció y sus padres tuvieron que llevarlos a Holanda donde rápidamente encontró un trabajo en un invernadero y allí estuvo hasta su jubilación, también me dijo que seguía soltero y que siempre tuvo en la cabeza un amor platónico que se dejó en el barrio cuando se lo llevaron al pueblo.

 

Ahora muchos años después, con ayuda de su bastón mira su antigua casa que duerme en ruinas con un cartel de…. "SE VENDE"

 

Me comentó que estaba muy deteriorada como él, aunque sigue en pie y levantando su bastón me señala el balcón donde ellos tenían el comedor. Intentamos verla por dentro pero el escombro y la maleza nos impidió abrir la puerta, después de un buen rato de achuchones y quitar basuras conseguimos pasar.

 

Los años habían hecho estragos. El silencio se apoderó del interior y, como una sombra oscura, ocupaba rincones repletos de telarañas dejando huellas misteriosas que dibujaban rostros del pasado en las humedades de la entrada.

 

Subimos un tramo de escaleras un tanto peligroso ya que no tenía barandilla hasta llegar a su habitación, nos arrimamos a la ventana y me dijo:

- ¿mira aún tiene la reja de hierro?

¡En esta habitación pasamos mis hermanos y yo muchas horas y mucha hambre!

 

Sentado en un cubo Pedro me pregunto por una tal María, que corriendo supe de quien me hablaba:

-Sabes que éramos novios en el colegio, yo le escribía cartas de amor que a cambio de una peseta mi amigo Luis se las daba en mano, él era su vecino y muy amigo de sus hermanos, Miguelato, ella por prudente nunca me contento, pero yo sé bien que éramos novios porque cuando nos cruzábamos y yo la miraba ella se sonreía, sonrojaba y agachaba la cabeza.

Yo también fui muy tímido siempre, y jamás le dije nada a ella ¿Cuánto me gustaría volver a verla Miguelato?

 

La vieja casa conservaba como un tesoro la vida que en ella existió. El bullicio de los vecinos, el ajetreo de los niños cuando sus escaleras subían incluso conservaba aún la vieja alacena donde su madre guardaba los pocos enseres que tenían a la que se aproximó, e intentó ver el interior, estaba oscuro como la boca del lobo.

Miró hacia abajo y se dio cuenta que, en el marco de la puerta, seguía escrito su nombre, en pequeñito “María”. Me dijo que lo hizo con una navaja, sonrió y acarició su nombre, como si pudiera sentir aquel momento del pasado.

 

Las lágrimas empezaron a caérsele, se agarró al marco y se dio cuenta que había algo más escrito, "Te querré siempre, aunque estemos separados".

 

Aquel momento, aquella situación y aquella habitación se volvieron a rellenar con sus vivas memorias cubiertas de un frío manto que la llenaron de silencios de olvido y espanto.

 

Pedro hizo un gesto de dolor, se quedó inmóvil, sonrió y acarició las letras, el corazón le latía a gran velocidad, como cuando veía en la escuela a aquella chiquilla.

 

Miguelato no recordaba esto que escribí antes de irme de aquí, pero acabo de llenar mi corazón de alegría y esperanza y ahora más que nunca me gustaría volver a verla y decirle todo aquello que guarde tantos años en mi corazón.

 

Mirando aquella declaración de amor escrita hace cincuenta y tantos años, yo callé, no quise herir a esté pobre hombre que emocionado soñaba con algo imposible, yo podía sentir aquel corazón palpitando, recordando a su amada

 

La verdad que aun conozco a Luis y sé perfectamente que nunca le dio las cartas a María y se que María hoy es la mujer de Luis.

 

Miguelato.

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