Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
Las imágenes que uso en este blog son tomadas de Google, en caso de que alguien se sienta invadido por favor hágamelo saber que serán retiradas de inmediato.




sábado, 30 de octubre de 2021

El olivar del miedo

 

Mirando algunas fotos del cementerio viejo de Jaén me recorre un extraño escalofrío por mi cuerpo, los cementerios son lugares en los que la tradición popular sitúa muchas historias y leyendas de las que hielan la sangre. Los camposantos se consideran zonas limítrofes, es decir, un punto de tránsito entre el mundo de los vivos y el de los muertos y por esto en ellos se multiplican las historias y leyendas de aparecidos, espíritus y fantasmas.
En cierta ocasión encontrándome en la aceituna sobre el año 1975 un extraño personaje merodeaba el olivar uniéndose a nosotros sobre el medio día con la intención de darle un trago a la bota a la hora del almuerzo. Aquel olivar estaba muy cerca de Jaén, justamente a las espaldas y colindando con el cementerio viejo de San Eufrasio.
Aquel hombre era un anciano de casi noventa años y a diario nos contaba historias y chascarrillos vividos o escuchados por él, nos explicaba la mejor manera de poner los lienzos, de cómo deberíamos varear sin tirar muchas ramas y de qué manera con dos piedras se amarraban los sacos para trasportarlos. En cierta ocasión y aprovechando que estábamos lindando con las tapias del cementerio muy apegados a las tumbas de los enterrados en tierra, alguien conto una historia que le habían contado a él, una historia macabra, contó que en un entierro mientras los enterradores bajaban la caja con cuerdas la hija pequeña de aquel difunto entre lágrimas y lamentos de los asistentes la niña resbaló y calló dentro de la tumba, muriendo al instante sin que nadie se percatase del incidente.
Los enterradores bajaron al muerto dejando el cuerpo de la niña debajo del ataúd, lo cubrieron de tierra y se marcharon, al instante la madre comenzó a buscar a la niña de la que nadie se había percatado de su desaparición.
Pasados bastantes años de aquel incidente y sospechando de que la niña hacia sido robada, muy usual en aquellas fechas, la mujer del difunto y madre de la niña, falleció siendo una anciana, al llegar al cementerio y retirar los restos del marido para enterrar a su difunta esposa, vieron unos huesos infantiles bajo la caja; llegando a la conclusión de que eran los de la niña desaparecida.
Recuerdo que aquel anciano después de que se contase la historia nos dijo:
-Yo soy de un cortijo muy próximo a La “Iruela”, aunque llevo media vida en Jaén donde nos venimos después de la muerte de mi padre, mi padre era un pastor de esos que se iban a la sierra desde la primavera hasta pasado el verano, un año después de bien entrado el otoño y con las primeras nieves y no dando señales de vida, tuvieron que salir los "buscadores de muertos".
En aquel momento alguien le interrumpió y pregunto a aquel señor.
- ¿Qué es eso de buscadores de muertos?
Aquel señor poniendo en pie nos dijo:
-Los "buscadores de muertos" o "recolectores de cadáveres", como se le conocían en Cazorla y toda aquella serranía, esos hombres eran gente sencilla, respetuosa, gente fuerte, normalmente lobos solitarios y que no se amilanaban ante la superstición, ni creían en espíritus, ellos se armaban de valor y salían en busca de aquellos que no regresaban, su cometido era aparentemente fácil pero muy desagradable ya que salían con varias bestias por los parajes donde se creía podía encontrarse el difunto, localizarlo, cargarlo y transportarlo hasta el cementerio del pueblo, nunca lo llevaban a las casas porque el cadáver ya estaba casi corrompido y en el caso como en el de mi padre, nos dijeron que algunos animales salvajes le habían comido algunas partes del cuerpo.
Aquel señor continuó con su relato y dijo:
-Cuando los buscadores de cadáveres se ponían en marcha siempre lo hacían antes de la puesta de sol y a su paso por las calles del pueblo existía un tremendo silencio, roto por alguna vieja que rezaba por ellos, y por qué se encontraran al hombre vivo, pero aquel silencio era sepulcral, recorría el pueblo de punta a cabo solo roto por el pisar de los cascos de las bestias sobre las calles empedradas.
Aquel señor dejé de verlo después de acabar la recolección de la aceituna, bajé varias veces con la intención de saber si seguía bajando por aquella zona, si seguía merodeando por aquel olivar a espaldas del cementerio y solamente me encontré con los leñadores que podaban los olivos, al preguntarle por el anciano nadie había visto a aquel señor ni sabía nada de él.

2 comentarios:

  1. La desaparición del señor hace todavía más misterioso lo que contó sobre su padre y los buscadores de cadáveres.Saludos

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