Ecos del Santo Reino se crea con la única intención de darme a conocer, solo pretendo poner una pincelada más al patrimonio literario de mi querida tierra Jienense.
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martes, 22 de agosto de 2017

Murio Pablo


Siempre recordaré las historias que Pablo me contaba en tardes apacibles, allí, en esas lomas abismales donde trascurrió su vida y parte de la vida de mi padre. Allí donde fundiendo sus manos ajadas en la tierra y a pleno sol de mediodía elevaba sus ojos en un avemaría silenciosa. Sin pensarlo atrás, deja una familia que cuando lo teníamos entre nosotros lo tratábamos como ...si fuese nuestro propio abuelo, una familia con el rictus de sorpresa, con una mueca de dolor y mil lágrimas. Lágrimas por él, porque se dejó querer por nosotros, el hombre de la gorrilla y los pantalones caídos, el hombre de la sonrisa sincera.
Apenas se despidió. Se marchó rápido, casi sin avisar, sin protocolos, sin un suspiro, de puntillas y sin hacer ruido. Así era él. Un espíritu libre y como tal se fue.
Pablo era un hombre recio que amaba el trabajo como si estuviera pegado a su piel y a su alma y era también infinitamente tierno cuando hablaba de su familia y sus compañeros de trabajo entre ellos mi padre, amigo inseparable de su infancia, los dos aprendieron juntos a leer o mal leer y a escribir y a rezar en las tardes de tormenta.
Pablo vio florecer la tierra y también vio crecer a sus hermanos y los vio partir, vio partir a sus padres, la mula y todo ser viviente que había alrededor del cortijo y cuando la noche llegaba y las sombras se hacían difusas se quedó muy solo, se vino abajo al darse cuenta que el trabajo era muy pesado para sus fuerzas y emprendió el camino del abandono, lo último fue la muerte de su perro Lucero que lo dejó más solo que la una, según él.
Un día me contó Pablo, que en la guerra teniendo unos diez años bajó a la rebusca con mi padre y uno de mis tíos, no recuerda cual y se encontraron con un hombre muerto de un tiro y abandonado en una cuneta, se pararon un rato a mirarlo y remirarlo a ver si lo reconocían y viendo que no mi tío les dijo:
-Vámonos corriendo que viene un camión.
Se escondieron entre los olivos y mi tío les hizo prometer ante una estampa del Nazareno que pasase lo que pasase ellos no habían visto nada, que sino vendrán a por nosotros y nos pasaría lo mismo, que nos montarían en un camión como el que acaba de pasar, pero gracias a Dios todo aquello acabó y por fin llegó una mañana en la que mi padre me despertó a gritos:
–“Se acabó…la guerra se acabó”
Aquel día fue una fiesta en el cortijo, el señorito nos invitó a comer a todos los que trabajábamos en la finca, desde allí veíamos como en Jaén tiraban los cohetes como en los añorados tiempos de Feria y procesiones. Y empezó a llenarse las cortijadas de gente que regresaban del frente, otros aparecían de no se sabe bien donde, algunos eran detenidos, había llantos, risas, y hambre, mucha hambre.
Atrás quedaban montones de recuerdos, recuerdos vividos en los cortijos el Verdejo, el Marques, las Monjas, los Niños y la famosa cortijada de Cuevas, fincas que recorrió palmo a palmo y a las que le sacó cada cosecha, su horizonte del que aprendió las lluvias y las sequias, cada amanecer y cada ocaso.
Y como en las tardes calurosas, cuando el sudor surcaba su frente y anhelaba la hora de la siesta, un día cerro sus ojos y se entregó a un merecido descanso y se fue, así de una forma tranquila.
Pablo deja recuerdos de un hombre justo, fiel a los suyos y a sus ideales. Un hombre que se vistió con el traje de la honradez y del que nunca hizo mal a nadie. Todo el que diga o sienta lo contrario, vivirá siempre en la angustia de la mentira.
La muerte da siempre la última carcajada. Una carcajada cruel e intensa que borra de un zarpazo cualquier amago de sonrisa, cualquier intento de esperanza.
Aquel día, le di un último adiós a nuestro amigo Pablo al que incineraron no se bien porque, si él siempre decía que cuando se muriesen que no lo quemasen que bastante quemado estaba en vida como para que lo quemasen en la muerte, bueno quizás fuese su última voluntad. Aquel día hacía frío mucho frío, en la calle chispeaba y el aire estaba saturado de dolor, mucho dolor.

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